La Toboba – Cuento costarricense

Toboba

Se hallaba Tata Mundo aquel día en el potrero, picando cogollos de caña para las dos vacas criollas que estaban en ordeño, pero como llovía un poco y se mojaba, llegue de entrometido a decirle que ya él se había hecho muy abuelo para estas mojazones, y yo terminaría por el la tarea.

— ¿Con esas manos, chacalín, me venís a mí con ayudas?

Y me gane una risa, y una burla, pero me saque también un cuento, a más de la mojada que por no desperdiciarlo me quede a compartir con él.

¿Conmigo?

Como si no me las hubiera llevado a fanegadas, y ya viejo, en las bajuras de la costa hace unos años, cuando me fui a ventear allá mejor fortuna.

Yo tengo el cuero duro, y el agua me resbala. A más de que si a uno las vacas le dan leche, algo hay que hacer por ellas, como digo yo con los propios hombres, muchacho, si los hombres trabajan con uno y le están ayudando a vivir.

Hubo allá, entre los que se diligenciaron como sacar cabeza, un tal Cristian Morales, que llego a capataz de una cuadrilla y a contratista de chapias y de cortas, pero al que por listo y comodidoso para nada que le gustaba fregarse, ni mojarse, ni digerirse los soles endiablados que allá te sacaban hasta el último aceite.

Este Cristian, que por Cristian no creas que era cristiano ni por Morales muy moral que digamos, no había sabido ganarse a sus hombres, pues más bien les andaba siempre al quite en todo lo que dijera con centavos, y no les dejaba ni leche para el ternero.

Asina, claro estaba, naide de entre ellos le tenía voluntad, y aunque por la necesidad le trabajaban, con gusto se lo hubieran comido en chuletas y le hubieran bebido la sangre, de ser la cosa entre paganos.

No siendo, pues idiay, se lo aguantaban.

Había entre estos un nica, muy buen hombre. Nicasio se llamaba, y había sido zapatero allá, en Rivas de Nicaragua, aunque ahora trabajara como peón en bananales.

Yo le pregunte una vez por que se había venido.

— Hombre, don Mundo, es fácil de explicarlo. Allá ganaba poco. Como me eché una novia, viera usted qué bonita, y tengo que casarme con ella, me desterré para acá, porque acá, con paciencia y un garabato, uno rejunta placa.

— Y rejunta otras cosas, también, si se descuida.

— Pues eso es lo que yo digo, hermano. Por eso yo me cuido, y trabajo.

¡Si se cuidaba el hombrecito! Nunca le supe un trago, ni un enredo de faldas; y aunque se colegía que le picaban de hormigas las puntas de los dedos cuando los otros barajaban naipe o tiraban dado, de donde que la tentación podía con él.

— Yo me amarro las ganas, don Mundito. ve que ella es muy guapa? Y se merece un hombre; no uno que otro cualquiera.

Que bien me caía Pradito. Tanto se me apego, que hasta llego a ensenarme las cartas que la novia le mandaba.

Vieras que tamañas cartas, dulciticas de amor del que parece puro azahar de naranjos. Yo no sé; la fotografía que de ella vide no me la recomendó mucho que digamos, porque más bien allí se le portaba fea la cara, pero Nicasio Prado la quería, y tan de veras, que la sabia mirar subida en nubes de belleza, y se persignaba con ella.

Si hasta volvió a trabajar de remendón, para aumentar entradas. De noche, en el corredor de Pascuala Francis, sacaba fuerzas de no se sabe dónde, y se estaba hasta bien tarde claveteando y cosiendo.

Y de día, al bananal.

— Caray, Nicasio, asina vos te vas a hacer rico — le decía Pedro Rojas.

— Con poco más, pones banco ya no de zapatero, sino de prestamista.

— Chocho este mas loco — le decía el nica Mejia —; tanto rajarse el alma por esa rivenita. ¡Son pijadas! ¡Con la entrada que le abre a no más ver la chola Pena, acá a la mano!

— Déjatela para vos, hermano. Yo se mis cuentas.

Claro que las sabía. Un día me confeso que ya tenía tres mil hechos un puño en el pañuelo, y que se los iba a dar a guardar a míster Smith, que era alcancía segura.

El quería seguir sudándose la vida hasta llegar a seis.

— ¡Ve que pienso ponerle casa a Margarita! Y con tres no me alcanza.

Así estaban las cosas, cuando entro a hacer lo suyo el capataz de Nicasio.

Él pensó cuajar ganancia, ya lo creo; y la hizo. Se la gano grande, y completa, como ya vas a ver. Labia le abundaba al hombre, de esas que entran flojitas en las orejas de los otros, y muy pronto convencen. Convenció al nicaragüense para que le facilitara su dinero, de modo que ambos a dos le fueran sacando crías redondamente.

¿Ves que Cristian Morales hacia adelantos de plata a cuenta de trabajo, chapeando un buen tercio para él, a los peones que andaban apretados de bolsa?

— Hombre — le dijo a Pradito —, me facilitas esa plata, y vamos a mitades con la ganancia. A estos pedigüeños se les saca un buen interés.

Y al otro se le hizo la boca agua, pensó que asina se le acortaba el destierro y se le aprontaba el regreso a Nicaragua, que ni darle un chonetazo a una lora, y por ahí acabo entregándole el alma al diablo. Porque pasaron unos meses, y domo el otro no resollaba, quiso pedirle cuentas a Cristian, pero Cristian se le hizo el desentendido.

— Háblemele usted, don Mundo —, me pidió el zapatero.

Y yo, por si tal vez, le converse a Morales del asunto. Susto el que me lleve cuando, tan cierto como que ahora llueve, me dijo mesmamente:

— Yo no sé de cual plata me está hablando. Ese tal Nicasio está loco.

Yo no insistí con él, porque sospeche que en poco más se me iba a subir al techo el redentor que llevo adentro y me podía ver en un pleito a matar con aquel renegado.

Se lo conté con todas las tranqueras abiertas al nicaragüense, y Nicasio se quedó callado, calladito. Te aseguro que no le pude leer en el semblante ni una letra de su ánimo. Se guardo el ser pellejo adentro, como en una alcancía, y del asunto aquel no me hablo pizca más, ni naide volvió a platicar por muchos meses.

La verdad es que entre los calores, los bananos y el culebrero de aquellas bajuras, zamarradas como esa eran cosa corriente.

Hasta que un día, siendo yo “foreman” ya en la finca, me vinieron a avisar que había un macheteado.

— Es que Nicasio Prado le partió la cabeza a Cristian Morales- me dijeron.

— Otro más — tronó míster Smith-. Bárbaros más grandes.

Hijo mío; uno no puede nunca aceptar que hombre mate a hombre, por más sangre de satanás que el muerto haya sido ni más justicia asista al asesino, pero yo aquella vez lo casi tico, me lo dejo olvidado y me alegro de veras.

No me alegre, claro está, y más bien me dolí por el pobre Pradito, que de esta sí que no iba a poder volver por muchos años a su tierra, ni tener ya su casa y menos a su Margarita.

Pero era un nica listo.

Lo trajeron ya reo a la oficina. Me fue diciendo:

— Diay, don Mundo, vea que contingencia. Se me llega Cristian por la chapia, y le voy viendo así toboba arrodajada en el ala del sombrero, diga usted que de cinta. Y yo por matársela y salvarle el número uno, le voy despachando para el otro mundo.

— ¿La toboba? — le pregunte yo por decir algo —. ¿Qué se hizo?

— Vea usted que mala suerte. Se nos fue la desgraciada.

— Si, se nos fue — se acercó y afirmó el catracho Tiburcio Andrade.

— No hubo modo -corrió a decir el guanaco Venancio Velasco.

— Ni que más; se escurrió por la línea — aseguró el guatemalteco Juan Salguero.

— Pues yo afirmo lo mesmo — remachó todavía un chiricano que también venia en el grupo.

Y asina Lorenzo Vargas y el negro Farabundo Furniss.

Yo comencé a ver claro. Aquella era la unión centroamericana en persona, saliendo como una sola voz por el nica Nicasio Prado.

Y no hubo como ni donde con ellos. A Nicasio le siguieron el proceso, pero al final tuvieron que absolverlo. Se vido el juez en unos apuros. ves que eran muchos testigos los que, si hemos de creerles, estuvieron cuando Pradito quiso salvar de la víbora a Morales y, por atolondramiento y por la “mera desgracia”, más bien le rebano los sesos al pobre contratista.

Ah señor; que muchachos más empecinados. Naide, ni con tractor, los pudo sacar de ahí para hacerlos cantar otra cosa, por más cruces de juramento que besaron ni amenazas de ley que les dijeron.

Y te vuelvo a decir. Naide está autorizado con la vida de otro. Mas a mi todo este cuento me dejo cavilando, cavilando, porque vide como a veces los hombres sin buscarlo ni quererlo se juntan, y a su modo, se defienden entre ellos.

Por FABIAN DOBLES

San Jose, Costa Rica.


Fabián Dobles Rodríguez (San Antonio de Belén, 17 de enero de 1918-San José, 22 de marzo de 1997) fue un escritor costarricense y un activista político. Por su trabajo literario recibió el Premio Nacional de Cultura Magón en 1968 y la Asamblea Legislativa de Costa Rica lo declaró póstumamente “Benemérito de las Letras Patrias” en el 2023.

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