El pájaro del dulce encanto – Cuento Infantil

Había una vez un rey que misteriosamente se había quedado ciego y lo habían atendido muchos médicos que le prometieron devolverle la vista, pero todo quedó solo en promesas, pues por más que intentaban no podían hacer que recuperara la visión.

La reina y sus tres hijos estaban muy tristes y lo intentaba todo para ayudar al rey, pero en todo vano.

En el reino vivía una anciana curandera que según decían las malas lenguas, también era bruja y tenía mucha fama entre el pueblo, porque había logrado curaciones que los médicos no habían podido hacer.

Ya desesperados, la familia real la llamaron al palacio, y ella, tras mirar a los ojos del rey, examinar su lengua, tocar su cabeza con las yemas de sus dedos y con los ojos cerrados, les dijo que ya sabía cómo curar la visión del rey.

— Tienen que pasarle por los ojos, la cola de plumas del Pájaro del Dulce Encanto.

— ¿Qué?

— ¿Cómo?

Nadie entendía nada y la vejecita continuó:

— Uno de los tres hijos del rey debe buscar, encontrar, capturar y traer al Pájaro del Dulce Encanto

— ¿A dónde está?

— En un reino muy lejano

— ¿Dónde queda ese reino?

— Es obligación del buscador, averiguar qué reino y dónde está, pero…

— Pero… ¿Qué?

— El remedio solo es efectivo si el mismo que capturó al pájaro, le pasa la cola al rey por los ojos.

— Entonces partiremos los tres y que el mejor traiga al Pájaro del Dulce Encanto — dijo el hermano mayor.

— Y mi reino lo heredaré al que lo logre — repuso el rey

Los tres partieron el mismo día: el mayor se fue por la mañana, el siguiente al mediodía y el menor partió por la tarde, cada uno en un buen caballo y bien provistos de dinero, ropa y otros elementos.

Al nomás salir de la ciudad, el mayor de los hermanos vio un grupo de gente a la entrada de una iglesia.

Curioso, se acercó a ver qué era, y se vio que estaban en torno a un cadáver tirado en las gradas y uno de los del grupo le contó que lo habían dejado allí porque no tenían con qué enterrarlo, y que el padre no quería cantarle unos responsos si no había quien le pagara.

— ¡Lo siento, pero tengo un importante encargo que cumplir! — dijo el príncipe, y siguió su camino.

A mediodía, cuando pasó el otro príncipe, vio a la entrada de la iglesia al pobre difunto que todavía no había hallado quien pagara por su entierro.

— ¡Ese no es problema mío, tengo un gran trabajo por hacer! — dijo el príncipe y siguió su camino.

Por la tarde, cuando pasó el menor de los príncipes, el cadáver ya algo descompuesto, todavía estaba allí y le contaron la situación, además de que espantaban a los zopilotes que rondaban ya sobre el cadáver.

Al escuchar la triste historia el príncipe, compadecido les dijo.

— Yo pagaré el responso y los gastos de su entierro, vayan a buscar un buen ataúd — dijo el príncipe y apeándose del caballo buscó al padre para que le cantara los responsos; pagó todos los gastos y hasta ayudó, él mismo a abrir la sepultura y no siguió su camino sino hasta que dejó al difunto en paz debidamente sepultado bajo tierra.

A poco andar, le cogió la noche en un lugar despoblado y sacando sus implementos, dispuso acampar ahí mismo, pues no había podido llegar al siguiente pueblo, por haberse entretenido en dar sepultura al pobre difunto.

Cenó sólo la fruta que llevaba, encendió un fuego para calentarse y mientras terminaba de beberse un café que había preparado, vio que a lo lejos brillaba una pequeña luz de color azul que solo brillaba, pero no iluminaba nada y se venía acercando a donde él estaba.

Al príncipe se le pararon toditos los pelos y preguntó con voz aflautada por el miedo:

— ¿Quién o qué eres? en nombre de Dios Todopoderoso

Y una voz con eco, que sonaba como desde el centro de una catedral le respondió:

— Soy el alma de aquel que hoy enterraste y vengo a socorrerte No tengas miedo, yo te llevaré adonde está el Pájaro Dulce Encanto.

— ¿De veras, ya me volví loco o eres una especie de fantasma?

— Ni uno ni lo otro, pedí la gracia de ayudarte por lo que hiciste conmigo, y me fue concedida.

— Entonces, ¿Me ayudarás a encontrar al Pájaro del Dulce Encanto?

— Claro, únicamente debes seguirme, pero solo podremos caminar de noche, para burlar las distracciones que puso el rey dueño del pájaro.

Poco a poco el príncipe se fue calmando y siguió a la luz toda la noche. Al amanecer estaba muy cansado, pues no había dormido nada desde el día anterior, así que no tuvo reparos en acampar, en el bosque a la sombra de un gran árbol, donde corría un río, desayunó sus últimos víveres y se durmió hasta bien entrada la tarde.

Pasó por un pueblo a comprar víveres y comida, cenó temprano en una fonda y antes del anochecer se internó en el bosque nuevamente a espera la lucecilla que apenas el sol se ocultó totalmente apreció y lo guio en la oscuridad.

A los dos días ya no le tenía miedo y más bien deseaba que se le llegara la noche y platicaban durante el viaje nocturno. A la semana ya eran muy buenos amigos.

Una semana después, casi al amanecer, llegaron al reino donde estaba el pájaro y al acercarse al castillo, la lucecilla le dijo entonces.

— Acampemos aquí, a medianoche vamos a ir frente a los jardines del palacio, yo te indicaré el camino.

A medianoche entraron a los jardines y el príncipe se fue detrás de la luz, que lo pasó frente a los soldados dormidos y lo metió en el palacio sin que nadie lo sintiera.

Llegaron por fin a un gran salón iluminado por hermosas lámparas y con macetas de oro con grandes rosas cultivadas. El suelo estaba alfombrado de pétalos de rosa y el aroma de las flores embotaba los sentidos.

En una jaula hecha también de oro adornada de rubíes y esmeraldas, colgada del techo a gran altura, estaba el Pájaro Dulce Encanto, que era así como del tamaño de un pájaro carpintero, pero de plumas blancas, copete rojo y las patas de un rosado coral.

Cuando entró el príncipe, el pájaro comenzó a cantar y el joven pensó que alguien estaba tocando una bella flauta. Y se quedó quieto, escuchando la dulce melodía hasta que si la lucecilla se agitó frente a él y le dijo.

— ¡Despierta hombre! ¿A que venías?

El príncipe reaccionó y cuando vio la altura a la que estaba el pájaro se afligió mucho.

— Debemos ir al taller por una escalera — le dijo la luz, pero vio que en otro cuarto había un comedor con varias sillas y sin hacer caso de las palabras de su amigo, las fue colocando en una pirámide para alcanzar la jaula, se subió todo tembloroso y las sillas oscilaban suavemente, se paró en la parte más alta de la pirámide pero no alcanzó la jaula y desesperado, dio un salto pero, al caer de nuevo sobre la silla en la que estaba parado, todo se vino abajo en un un escándalo que hizo levantarse a todo el palacio.

Lo capturaron y lo encerraron en una mazmorra para posteriormente condenarlo, él les dijo las razones por las que había llegado ahí y que era un príncipe.

— Entonces tu padre va a estar muy enojado cuando sepa lo que hiciste y muy triste cuando sepa lo que te va a pasar.

Pero solo era para asustarlo, pues el Rey estaba impresionado por la manera en que había llegado hasta ahí sin ser descubierto, ya que tan en secreto tenía su posesión del pájaro, que nadie había llegado antes al reino buscándolo.

Lo tuvo preso varios días y en cuanto estuvo solo en su celda se le apareció la luz y le dijo que se tranquilizara, que si el rey estuviera realmente enojado con él, lo habría mandado a ejecutar ahí mismo.

A los tres días lo llegaron a sacar de la celda, el rey lo había mandado a llamar y le dijo que se le devolvería la libertad y le daría el Pájaro, si le conseguía un caballo que le había robado un gigante que vivía en una isla en el centro del gran lago.

— ¿Podrás conseguirlo? o ¿Te pudrirás en esta cárcel? Si te escapas nunca tendrás el pájaro.

— Déjeme pensar en un plan le contestó

— Bueno, sales mañana — le respondió tajantemente el rey.

En la noche la luz azul le dijo que lo conseguirían, pero que le hiciera caso, entonces la luz se fue a investigar.

Al día siguiente lo llevaron a la isla dejándolo en la playa y el chico se escondió para que no lo viera el gigante, los de la barca huyeron aliviados de que no los hubiese visto el gigante, ya que había hundido a pedradas otras embarcaciones.

Escondiéndose llegaron hasta la casa del gigante y vieron que el caballo dormía dentro de su sala, por miedo a que se lo robaran, llegaron justo cuando el gigante sacaba al caballo, que era negro y enorme, para pasear por la isla.

Asombrado, vio que el caballo aumentaba de tamaño cuando el gigante que medía como cinco metros se subía sobre él y salía a trotar alegremente por la isla.

— Entraremos a la casa por la tarde y te esconderás tras estas rajas de leña, estamos en verano y no enciende la chimenea, esperaremos a que se duerma, pero solo saldremos cuando abra los dos ojos, hasta entonces estará dormido, si lo haces antes te descubrirá. — y le siguió explicando el plan.

Entraron y esperaron, como todavía era temprano el príncipe durmió un rato hasta que la luz lo despertó susurrándole.

— ¡Despierta! Ya vienen.

Efectivamente entraron y el gigante entró con el caballo que había recuperado su tamaño normal, el gigante entró, amarró al caballo a un poste sacó comida de su alforja y se sentó a la mesa a comer, luego le entró sueño y se sentó, apoyándose contra la pared y cerró los ojos.
El príncipe hizo ademán de salir, pero la lucecilla se lo impidió poniéndose enfrente de él.

— ¡Recuerda! — se susurró al oído.

El príncipe recordó lo que le habían dicho y esperó.

El Gigante abrió un ojo.

El príncipe esperó.

El gigante cerró el ojo abierto y abrió el otro.

El príncipe esperó, pero ya estaba impaciente.

El gigante cerró los dos ojos y comenzó a roncar.

El príncipe no se aguantaba las ganas de salir, pero no se atrevió a moverse, recordaba lo que le había pasado con las sillas.

El gigante dejó de roncar, frunció el ceño y abrió los ojos de par en par, se movían de un lado a otro como vigilando.

— ¡Ahora! — susurró la luz.

— ¿Estás seguro? dijo el príncipe, mirando con miedo al gigante que parecía vigilar atentamente todo el cuarto.

— ¡Si! Ya está profundamente dormido, es la forma en que él intimida y engaña a cualquiera que haya entrado.

El príncipe se armó de valor y temblando se levantó, viendo al gigante que precisamente en ese momento dirigía la vista hacia él.

Le entró pánico y se agachó para que lo viera.

— ¡Tonto! ¡Si está dormido! ¡No te verá!

El príncipe nuevamente se paró y esperó temblando a que la visión del gigante lo enfocara y así pasó, pero no hizo nada, el gigante siguió movimiento los ojos con el ceño fruncido de un lado a otro, a pesar de que ahí estaba el príncipe parado, perfectamente visible.

Dio un paso y luego otro, pasó frente al príncipe y comenzó a hacerle muecas, el gigante seguía paseando los ojos de un lado a otro, pero en ningún momento dio muestras de haber visto a nadie.

El caballo se comenzó a inquietar y bufó, pero el príncipe sabía qué hacer y le puso un terrón de azúcar en el hocico. El caballo se calmó inmediatamente, luego el príncipe le acarició la nuca y el lomo, hizo ademán de subirse a él, pero era inmenso, no lo podría alcanzar, pero pasó algo asombroso, el caballo redujo su tamaño y el príncipe pudo subir a su lomo.

El príncipe, tal como le había indicado su amigo, la luz azul, acarició la cabeza del caballo, le dio dos golpecitos en la frente, y le apretó las dos orejas al mismo tiempo.

¡El caballo comenzó a levitar!

Y el príncipe lo dirigió a la ventana para salir, pues cabía en ella y estaba abierta, pero entonces el caballo botó una gran cacerola que estaba colgada en la pared y cayó con gran estrépito.
El gigante cerró los ojos e inmediatamente se levantó hecho una furia, pero el príncipe había logrado salir por la ventana y salieron a toda prisa, siendo perseguidos por el gigante que no pudo pasar de la orilla y les arrojó enormes rocas que afortunadamente no le dieron.

Su amigo en la luz, le había dicho al príncipe cómo aterrizar y hacer que el caballo galopara, pues nadie sabía que podía volar y así lo hizo, antes de entrar en la ciudad aterrizó y siguió al galope.

Al llegar al palacio, y el rey lo recibió muy contento, pero el muy taimado le dijo que todavía no le daría el Pájaro, si no cuando le trajera su hija, que la tenía prisionera una bruja malvada.
En realidad, el rey mismo se la había entregado como sirvienta para poder obtener más riquezas con las cuales expandir su reino. La quería recuperar para ofrecérsela a un mago a cambio de más poder para su reino.

El príncipe le dijo que igual que la vez anterior pensaría en un plan.

Esa noche la luz hizo sus averiguaciones y antes del amanecer, despertó al príncipe y le dijo el plan.

— ¿Y bien?

— Ya tengo un plan su majestad, pero necesito llevar al caballo porque es muy rápido y fuerte, con él podré tener éxito y recuperar a su hija.

— De acuerdo puedes llevártelo — dijo el rey, confiando en la astucia del joven.

Le llevaron el caballo y ante la sorpresa de todos, hizo que volara hasta donde estaba el Pájaro del Dulce Encanto y se lo llevó con todo y jaula, pero se dirigió donde la bruja que estaba a muchas leguas de ahí.

Vivía en lo alto de una gran torre de piedra, en donde estaba su casa, la bruja tenía encerrada a la chica y la ponía a limpiar su casa y a toda clase de duros oficios, sin más paga que poca comida, la pobre estaba muy flaca, pero el príncipe igual la rescató sin problemas, pues él podía volar con su caballo y la bruja no estaba en esos momentos, así que la sacó por la ventana y le contó lo que había hecho su malvado padre, que no era su padre real, sino su padrastro, pues su madre que era la reina se había casado con él al morir su esposo y sospechaba que había envenenado a su madre para hacerse con el trono.

Viajaron al reino del príncipe y se enamoraron en el trayecto, llegaron al reino del príncipe y al pasar por una ciudad encontró a sus dos hermanos tirados a la perdición que se habían gastado el dinero en unas fiestas, se habían quedado sin un cinco y no sabían con qué cara llegar donde su padre.

El príncipe menor les contó sus aventuras y los dos hermanos sintieron una gran envidia por la suerte de su hermano menor que traía no sólo el pájaro, sino que también una linda princesa y un caballo maravilloso.

El joven los invitó a volver con él y ellos aceptaron, pero antes lo invitaron a comer en las afueras de la población. El príncipe, sin malicia, aceptó en seguida. Ellos les dieron a los dos una bebida narcótica, y cuando estuvieron sin conocimiento, se llevaron al joven y lo echaron en un precipicio. Cuando la joven princesa despertó, le dijeron que él se había ido a parrandear en unas fiestas que se celebraban en un pueblo vecino y que la había dejado abandonada. Pero que ellos no la desampararían y se la llevarían al palacio de su padre.

Volvieron a su casa con la princesa, el caballo y el pájaro del dulce encanto y sus padres se alegraron mucho.

Ellos mintieron y dijeron que lo habían logrado entre ambos, y que al menor lo habían visto de parranda alejarse del reino, pero cuando la princesa los desmintió, ellos la hicieron callar y dijeron que era una niña loca que por lástima la habían recogido en el camino.

Cuando pasaron la cola del Pájaro del Dulce Encanto sobre los ojos del rey, no pasó nada y el rey siguió Ciego.

— ¡Quizá nos engañaron! — dijo el mayor

— Iremos nuevamente a buscar al pájaro, pero primero descansaremos unos meses para recuperar las fuerzas — repuso el segundo que era más taimado y astuto que su hermano mayor.

A la princesa la dejaron vivir como una criada loquita y como ya estaba acostumbrada a realizar oficios, no protestó mucho y el pájaro quedó en los jardines del palacio pues su canto les gustó a todos, aunque era el canto de un pájaro común, no como lo hacía en su palacio.
Pero el joven príncipe no había muerto, quiso Dios que no cayera al fondo del precipicio, pues quedó atrapado en unas ramas que estaban ahí y solo sufrió arañazos y desgarrones.

La pequeña luz, en la noche atrajo a unos carreteros al borde del precipicio, creyendo en una antigua leyenda que decía que si se atrapaba la luz con un pañuelo blanco se convertía en piedras preciosas.

Al acercarse al precipicio, escucharon los gritos pidiendo auxilio del príncipe que se había despertado todo asustado, entonces los carreteros se acercaron y con las cuerdas que siempre andan, lograron rescatarlo.

Al reconocerlo, pues habían visto cómo él si había ayudado al pobre difunto, se lo llevaron en una de las carretas al palacio y tras un viaje de cuatro días llegaron a la ciudad.

La princesa, que no había vuelto a hablar de la tristeza de la ausencia del joven, al verlo, se puso feliz y el Pájaro que no había vuelto a cantar como antes, llenó el palacio con sus flautas y violines, sorprendiendo a todo el mundo.

Pero el rey y la reina estaban muy enojados contra su hijo menor por los cuentos con que sus hermanos mayores habían dicho en su contra y no querían recibirlo. Él, entonces, contó lo que le había ocurrido; los carreteros atestiguaron; además, el joven para probar que era él quien había conseguido el Pájaro, lo cogió y pasó su cola por los ojos del rey, quien enseguida recuperó la vista.

Se conocieron las mentiras de los hermanos envidiosos, pero el príncipe que era un buenazo de Dios, no permitió que los castigaran, los abrazó, perdonó y compartió el reino con ellos.
Él se casó con la princesa, quien colgó de su ventana la jaula con el Pájaro Dulce Encanto, que a diario llenaba de música hermosa todo el reino.

Cuando la luz vio feliz y tranquilo a su amigo, llegó una noche a decirle adiós: Mucho sintió el príncipe esta separación, pero la luz le dijo:

— Ya cumplí mi misión, ya te demostré mi gratitud. Adiós y ahora hasta que nos volvamos a ver en la otra vida.

Y me meto por un huequito y me salgo por otro, para que ustedes me cuenten otro.

Este cuento y muchos más lo pueden encontrar en mi libro “Cuentos tradicionales de Centroamérica“.

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