La flor del olivar – Cuento

La siguiente, es una de las tantas versiones que existen del cuento, que tiene orígenes bastante remotos en Europa, esta versión es muy parecida a la que publicó la Costarricence Carmen Lyra en su libro “Cuentos de la tía panchita” 1920.

Hace mucho tiempo, en un país muy lejano, vivía un rey ciego que tenía tres hijos.
Al rey lo habían visto todos los médicos del reino incluso muchos médicos y curanderos de otros reinos cercanos y lejanos, pero ninguno pudo devolverle la vista.

Un día muy frío, el rey pidió que lo sentaran en las gradas de la puerta de su palacio para tomar el sol, calentarse un rato y escuchar a la gente que pasaba por ahí.
Llevaba un buen rato, cuando el rey, escuchó los pasos de un hombre que iba apoyado en un bordón.

El Rey que era muy educado, le dijo.

— Buenos días gentil hombre, ¿Es usted un viajero?
— Pues si lo soy su majestad, noto algo raro en usted, no me dirige la vista, pero me habla.
— Es que soy ciego
— ¿Desde su nacimiento?
— ¡No! Antes yo miraba perfectamente, pero de pronto comencé a perder la vista y me quedé ciego.
— Señor rey, si Ud. quiere curarse, tiene que lavarse los ojos con el agua en donde se haya puesto la Flor del Olivar.

Sorprendido, el rey comenzó a pedirle más detalles y explicaciones de lo que le había dicho, pero el hombre ya se había retirado, esta vez sin hacer ningún ruido.

El rey llamó a sus criados y estos, que siempre se encontraban cerca, llegaron corriendo a las voces del rey y buscaron, pero en vano, no había nadie en la calle ni en las vecindades. Además, misteriosamente, nadie lo había visto platicar con el rey.

El rey le contó a su familia el encuentro con el extraño y les dijo con lujo de detales, qué era lo que le había dicho respecto a la misteriosa flor del olivar, entonces ofreció que su corona sería de aquel de sus hijos que le trajera la Flor del Olivar.

El mayor de los hijos dijo al nomás terminar de hablar el rey.

— Por se el mayor de todos, tengo el derecho de partir antes que nadie.
— De acuerdo hijo, puedes hacerlo — Contestó el rey.

Así, el hijo mayor hizo que le alistaran el mejor de los caballos del palacio y que le prepararan víveres e insumos para el largo viaje, tienda de campaña, bolsas de dormir, utensilios de caza y pesca, para cocinar, suficiente dinero, que llevaría dos criados y partiría al día siguiente por la mañana.
El segundo hijo dijo entonces.

— Por se el segundo de los hijos, tengo derecho de partir después de mi hermano, un día después.
— De acuerdo hijo, puedes hacerlo

Le contestó al hijo el rey y el segundo hijo, hizo que alistaran al segundo mejor caballo del reino y le prepararan lo mismo que al primero y se dispuso a esperar el día siguiente de la salida de su hermano mayor, para partir a buscar la flor del olivar.
Entonces el tercer hijo dijo.

— Pues, supongo que a mi me toca partir después de mi otro hermano.
— De acuerdo hijo, puedes hacerlo.

Le contestó el rey, más por compromiso, pues el menor era tan jovencito que parecía un niño.
El príncipe menor tomó un caballito no tan grande ni fuerte como los de sus hermanos, llevó poca comida y dinero, pues sabía que, al llevar tanta desventaja, lo más probable es que al momento de partir, cualquiera de sus hermanos estaría regresando con la flor del Olivar.
El primer hermano salió en busca de la misteriosa flor y cabalgó toda la mañana hasta que llegó a un río bastante caudaloso.

En la orilla, sobre unas piedras, estaba una mujer muy humilde lavando ropa, junto a ella estaba un niño muy pequeño y flaquito, todo desnutrido, que lloraba sin consuelo. La mujer le dijo al príncipe con voz lastimera:

— Gran señor, por el amor de Dios deme algo de lo que lleva en sus alforjas; mi hijo está llorando de hambre y yo tendré dinero hasta bien tarde cuando me paguen esta ropa que estoy lavando y no tengo nada que darle de comer.
— Y yo ¿Qué culpa tengo? Todo lo que va en las alforjas es para mí, que tengo una gran misión.

Y sin detenerse siguió su camino y ni siquiera dejó que sus criados que, conmovidos, quisieron ayudar a la pobre mujer.

Y siguió andando por su camino. Pero nadie le dio razón de la bendita Flor del Olivar. Se regresó al tercer día y en un pueblo cercano a la frontera de un reino vecino, se metió en una casa de juegos y allí apostó y perdió hasta los calzones.

Al día siguiente de la partida del primero, salió el segundo de los hermanos y también se encontró a la mujer lavando.

También a él la mujer le pidió comida para su niño y este que era tan poco solidario como el primero, pero un poco más educado, le dijo:

— Lo siento señora, lo que llevo apenas alcanza para que yo pueda cumplir mi importante misión.

Siguió su camino y también llamó a los criados cuando estos intentaron ayudar a la mujer.

Fue por todo el camino preguntando por la flor del olivar a todos los labriegos y transeúntes que se encontraba, pero tampoco nadie le pudo dar noticias de la Flor del Olivar, al parecer nadie sabía que existía semejante flor.

Al final llegó al mismo pueblo donde estaba su hermano mayor que se alegró mucho de verlo y le pidió dinero para seguir jugando.

Ante la renuencia del segundo hermano, el mayor se puso a convencerlo de que se podían hacer muy ricos, que ya él había encontrado la técnica correcta para ganar en el juego y que tan solo probara.
Su hermano le dio un poco de dinero y él mismo se puso a jugar un poco, con desconfianza, pero como en todo lugar de juegos de azar, lo dejaron ganar algo, para luego perderlo y nuevamente ganó un poco más, que al poco rato perdió.

Al cabo de una hora estaba tan embebido jugando y perdiendo su dinero como su hermano.
Por fin, al día siguiente de la partida del hijo segundo del rey, salió el tercer hijo del rey a buscar la Flor del Olivar.
Tomó el mismo camino que sus hermanos y al llegar al río también se encontró a la mujer que lavaba y al niño que lloraba.

El príncipe iba sin escolta porque no pensaba que iba a viajar por mucho tiempo y antes que la mujer le dijera algo, él le preguntó por qué lloraba el muchachito.

La mujer le contestó lo mismo que le había dicho a los hermanos mayores, que el niño lloraba de hambre y que ella hasta en la noche tendría algo de dinero si terminaba de lavar la ropa, pero al contrario de lo que había hecho con los otros hermanos, no le pidió ayuda.
Entonces el príncipe bajó de su caballo y busco de lo mejor que había en sus alforjas y se lo dio a la mujer para ella y para el niño.

Sacó una tacita de plata y vació la leche que llevaba en una botella, sacó un delicioso pan su propia madre había a masado para él y lo desmigó en la leche haciendo una masita.
Sentó al pequeño niño en su regazo y le dio cucharadas de la masita de pan con leche, que el niño se comió con deleite dejando de llorar.

Luego que terminó de comer, acunó al niño, lo durmió, lo envolvió en su propia capa de seda azul y lo acostó bajo un árbol, dejándolo bien calientito.
La mujer, sin dejar de lavar la ropa, le agradeció tímidamente y le preguntó en que misión andaba, y él le contó con detalle, el motivo de su viaje.

— ¡Ah! La flor del Olivar
— ¿La conoce usted? ¿Sabe dónde la puedo encontrar?
— Es muy fácil joven, tan solo sigua río arriba hasta llegar a una cueva pequeña que se encuentra a un costado de la catarata y dentro de la cueva avance hasta la salida de la cueva, de rodillas, porque no se podrá parar, y al salir, al exterior, encontrará un prado y la primera flor que vea es la flor del olivar.

Así lo hizo el príncipe y caminó río arriba y al llegar a la cascada vio que a la derecha había una pequeña cueva, subió hasta ella y a pesar de que estaba muy oscura y húmeda, se metió arrodillado, pues no cabía parado.

Se metió bien profundo en la cueva, hasta que se puso todo oscuro y negro, no miraba nada, solo sentía la roca húmeda en sus manos y las rodillas ya le iban sangrando, pero no se detuvo.
Cuando ya estaba tentado a rendirse, de pronto vio una luz pequeñita y se animó a seguir avanzando hasta que la luz fue creciendo y se hizo más grande y vio que era la salida al túnel.
Al llegar a la salida, lo primero que vio fue un arbusto que tenía varias flores den forma de estrella. Cortó dos y se las puso en diferentes bolsas.

Entonces regresó con las dos flores del Olivar, una en la bolsa grande de su camisa y otra en la bolsa trasera de su pantalón, por precaución.

Salió de la cueva y caminó río abajo y cuando llegó a donde había estado la mujer lavando, no había nadie y se subió a su caballo para regresar a su casa.

Al llegar a una encrucijada vio a sus hermanos que estaban pidiendo aventón a un carretonero para los llevara al palacio y este los miraba con desconfianza pues andaban todos harapientos y sucios.

Al reconocerlos los abrazó y le compró al carretonero su carreta y los dos caballos, pagando cinco veces lo que costaba todo, por lo cual el carretonero aceptó gustoso y les dio la carreta a los dos hermanos.

Ellos le dijeron que habían sido asaltados por unos ladrones que les habían robado todo y le preguntaron si él había tenido mejor suerte que ellos.

— Creo que sí les dijo — enseñándoles la Flor del Olivar que llevaba en la bolsa grande de su camisa.
— Nuestro padre se pondrá muy contento — dijo el mayor disimulando la rabia que sentía.
— Si, pero lo importante es que ustedes están bien y los pude rescatar a tiempo.

Ellos al ver lo que consideraban simple y pura suerte del hermano menor, se llenaron de envidia, pero disimularon y le dijeron que estaban muy cansados por el largo viaje que habían hecho a pie y le pidieron descansar en el fresco bosque cercano, para llegar descansados al palacio.

Hicieron como que se ponían a dormir sobre la carreta y lo invitaron a dormir también.

El menor de los príncipes se acostó sobre un jergón que llevaba y como también estaba cansado, se durmió rápidamente.

Cuando estaba roncando, se acercaron con un manto y le cubrieron la cara y lo amararon, de pies y manos. Con la boca y la cara tapada no podía ni respirar.
Le quitaron la Flor del Olivar y lo arrojaron a un pozo poco profundo que taparon con una gran roca, para que no se pudiera salir.

— Ahí morirá y nosotros tendremos la flor del Olivar.

Los príncipes volvieron donde su padre con la Flor, que fue puesta en agua en la que se lavó el rey sus ojos, pero por más que hicieron no funcionó y el rey no pudo ver nada.

— ¿Han visto a su hermano menor?

Preguntó el rey a los dos y estos le mintieron.

— No lo hemos visto, a nosotros nos costó un montón encontrar la flor, pero parece que no funciona, de manera que la tiraremos a la basura y pronto partiremos de nuevo.

Tiraron la flor a la basura, pero esta tenía un tallo muy duro y la flor junto con el tallo la encontró un pastor que no teniendo nada más que hace, pues había terminado el pastoreo del día, se puso a tallar una flauta con el tallo de la flor que parecía una caña muy dura y recta.
Ya era noche cuando terminó de tallar la flauta y al soplar en ella se quedó sorprendido al escuchar que entre los sonidos de flauta se distinguía una dulce voz que cantaba estas palabras:

No me toques pastorcito,
ni me dejes de tocar;
que mis hermanos me mataron
por la Flor del Olivar.

El pastor sorprendido, salió de su casa y se fue a tocar esa flauta maravillosa y los que la oyeron le aconsejaron que se fuera a la plaza frente al palacio, donde pasaba mucha gente rica que le pagaría por oírlo tocar.

Así lo hizo, fue a la plaza, se sentó en un banco y se puso a tocar la canción que cantaba la misma canción.

Pasó por ahí el chambelán del palacio y al escuchar, se horrorizó porque la voz era la del príncipe menor al que había oído cantar.
Entonces fue a llamar al rey que extrañado, accedió a la petición de su chambelán y llegando frente al pastor, le pidió que tocara su flauta.

No me toques pastorcito,
ni me dejes de tocar;
que mis hermanos me enterraron
por la Flor del Olivar.

Paralizado, sin creer lo que escuchaba, el Rey le pidió al pastor la flauta y se puso a tocarla y con gran admiración de todos, la flauta canto así:

No me toques padre mío
ni me dejes de tocar,
que mis hermanos me enterraron
por la Flor del Olivar.

El rey se puso a llorar sin dar crédito a lo que escuchaba y en ese momento llegaron también, movidas por el alboroto la reina y los príncipes.

El rey pidió a la reina que tocara la flauta, que entonces dijo:

No me toques madre mía
ni me dejes de tocar,
que mis hermanos me enterraron
por la Flor del Olivar.

Todos vieron que los dos príncipes estaban pálidos y temblorosos, sin saber para donde mirar.
El rey quiso que su hijo segundo tocara, el príncipe se negó, pero el rey lo amenazó con la guardia. Y no teniendo más remedio que hacerlo, la flauta canto:

No me toques hermano mío
ni me dejes de tocar,
que, aunque tu no me mataste
me ayudaste a enterrar.

El príncipe mayor, por orden de su padre tuvo que tocar también la flauta:

No me toques hermano mío
ni me dejes de tocar,
que, aunque tu no me mataste
me ayudaste a enterrar.

El Rey muy enojado y entristecido a la vez, mandó a encerrar a sus dos hijos y les preguntó que dónde habían enterrado a su hijo, pensando que lo habían matado o que ya estaba muerto.
Estos confesaron todo y fueron con el rey al pozo donde estaba la gran roca.

Levantaron la roca y abajo estaba el príncipe todavía vivo aunque muy débil.
Lo sacaron y le dieron de beber agua y comida pues tenía mucha hambre y cuando ya estaba recuperado, dispuso bañarse cuando se acordó de la flor que tenía en el bolsía del pantalón.
Era idéntica a la anterior, por lo que la reina le dijo que no servía, pues la anterior había fallado.
Pero sin darse por vencido, el príncipe metió la flor en agua y pasado un momento, tomó agua con sus manos y las pasó por los ojos de su padre, mojándolos.

Entonces el Rey lanzó un fuerte grito.

— ¡Puedo ver! ¡Puedo ver!

La flor solo funcionaba con quien de veras la había encontrado.
El Rey feliz de haber recuperado la vista y a su hijo menor lo nombró único heredero y dictó que él sería el rey cuando muriese, que los demás hijos se pudrirían en la cárcel, incluso pensaba condenarlos a muerte para que no estorbasen en nada a su hijo menor, pues habían demostrado mala fe, envidia y traición.

Pero el príncipe, ya heredero oficialmente, rogó e intercedió a favor de sus hermanos y por último tomó la flauta, y con ella cantó esta última canción:

Padre mío, no los mates,
y ten con ellos piedad.
Yo los tengo perdonados,
por la flor Olivar.

Hasta que logró convencer a su padre de perdonar a sus hermanos.
De mala gana accedió y los hermanos avergonzados le pidieron perdón y prometieron servirle con dedicación y lealtad.
Y así lo hicieron de ahí en adelante.

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