Bajo los escombros – Cuento

Atrapados bajo los escombros

Eran las siete de la noche en pleno verano, todo prometía una noche cálida y tranquila en el edificio de oficinas del centro de la ciudad. Lucas se había quedado más tiempo del habitual en sus oficina. Lucas, siempre impaciente, revisaba su reloj cada cinco minutos, ansioso por salir, pero tenía que sacar el atraso en los formularios que le tocaba registrar, por culpa de su tendencia a procrastinar.

El silencio solo era interrumpido por el leve zumbido de las luces fluorescentes y el ocasional golpe de un tecleo.

De repente, un sonido profundo y estruendoso sacudió el aire, como si un gran camión viniera desde lejos a gran velocidad y la tierra misma se estremeciese a su paso. El piso comenzó a temblar bajo sus pies, primero suavemente, como un balanceo, pero en cuestión de segundos se convirtió en un movimiento violento y caótico. Las luces parpadearon y luego se apagaron, sumergiendo todo en una oscuridad repentina.

Se escuchó el sonido de estanterías cayendo, ventanas estallando y el crujido ominoso de las paredes. El aire se llenó de polvo, haciéndole difícil respirar.

Lucas, había intentado salir corriendo. Al primer temblor, su instinto lo impulsó hacia la puerta, hacia la salida de emergencia. Corrió por el pasillo, tropezando con sillas y papeles esparcidos por el suelo. Pero justo cuando estaba a punto de alcanzar la puerta, una enorme viga del techo se desplomó frente a él, sellando la salida con un estruendo ensordecedor. El polvo lo envolvió, y por un momento, todo fue silencio.

— ¡No! —gritó, golpeando la pared de escombros con las manos, pero era inútil. La puerta estaba completamente bloqueada.

El terror lo invadió. El edificio seguía temblando, y cada réplica sentía como si fuera a ser la última. Lucas miró a su alrededor, buscando desesperadamente un lugar seguro. La oscuridad era absoluta, y el sonido de los escombros cayendo a su alrededor lo hacía sentir como si estuviera en medio de una pesadilla. Finalmente, se arrastró hacia una esquina, lejos de las ventanas y de cualquier cosa que pudiera caer sobre él. Se acurrucó en posición fetal, cubriéndose la cabeza con los brazos.

— ¡Dios mío! —gritó al final, pero su voz se perdió en el caos.

El terremoto pareció durar una eternidad. Finalmente, el movimiento cesó, dejando un silencio espeso y opresivo. Lucas se quedó quieta, escuchando. El sonido de gotas de agua cayendo desde alguna tubería rota y el crujido ocasional de los escombros eran los únicos ruidos que rompían el silencio. La oscuridad era total, lo que causaba en Lucas una opresión en el pecho que lo ahogaba.

— ¿Hola, hay alguien ahí? — escuchó Lucas una voz femenina ahogada por lo que parecía ser una pared.
— ¡Estoy aquí! —respondió él, su voz temblorosa pero audible—.
— ¿Estás herido? —preguntó la voz, como tratando de mantener la calma.
— No lo sé —respondió él—. Creo que no, pero no puedo ver nada. Está todo oscuro.
— Voy a buscar una lámpara — dijo la voz femenina

Lucas se quedó en su rincón, sintiendo el peso de la soledad y el miedo. El terremoto había pasado, pero la sensación de vulnerabilidad no lo abandonaba. Escuchó el sonido de Valeria moviéndose, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, sintió un pequeño rayo de esperanza.

— Aquí está —dijo ella finalmente, y un rayo de luz saliendo de una pequeña grieta, fue lo suficiente para iluminar su rostro cubierto de polvo.
— Gracias… ¿Eh? —murmuró Lucas, aliviado de ver algo más que oscuridad.
— Valeria
— ¿Valeria? ¿Eres la chica de Ludrik Corp.?
— Si, soy la “chica” de Ludrik — respondió con un evidente sarcasmo en la voz.
— Perdóname nunca había hablado contigo a pesar de que siempre te miraba por los pasillos o en el ascensor.
— Es cierto y tu ¿eres el “chico” de ASIA?
— Lucas, y sí, trabajo en ASIA, soy el “Chico” de ASIA.
— Ja ja ja
— Ja ja ja

En ese momento, una réplica sacudió el edificio. Los escombros crujieron, y por un momento, Lucas temió que todo se derrumbaría sobre ellos. Pero la réplica pasó, y el silencio volvió.

— Tenemos que mantener la calma, alguien vendrá a buscarnos. — dijo Valeria.

Él asintió, aunque en el fondo, sabía que podrían pasar horas, tal vez días, antes de que los encontraran. El terremoto había cambiado todo en cuestión de segundos, y ahora, atrapados en la oscuridad, solo tenían el uno al otro para enfrentar el terror que los rodeaba.

— ¿Estás seguro de que no estás herido? —preguntó Valeria de nuevo, esta vez con más firmeza.
— Creo que no —respondió Lucas, tocándose el brazo y las piernas para asegurarse—. Solo estoy… atrapado. No puedo moverme mucho.

De hecho, el espacio que tenía Lucas para desplazarse era muy estrecho, apenas podía estirar los pies, el polvo flotante se iba asentando y la visibilidad mejoraba gracias al rayo de luz que se filtraba por la grieta.

Intentó moverse hacia la derecha y vio que había más espacio, se desplazó tapando levemente con su cabeza la grieta y vio que efectivamente había más espacio en ese lado, pero no como para poder ponerse en pie, aunque lo suficiente como para acostarse, en caso de tener que hacerlo.

En eso pudo ver el oasis con la garrafa llena de agua.

— Tengo agua — dijo Lucas de repente, rompiendo el silencio con evidente alivio en la voz
— Aquí, en mi espacio. Hay un depósito que no se rompió.

— ¡Gracias a Dios! Temía que íbamos a morir de sed antes de que nos encuentren.

— Podríamos intentar pasar algo a través de la grieta —sugirió Lucas, su voz temblorosa pero llena de esperanza.

— No creo que funcione —dijo finalmente—. La grieta es demasiado pequeña.
Lucas suspiró, frustrado.
— Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó, su voz llena de desesperación
— No podemos quedarnos aquí esperando a que nos rescaten. Las réplicas podrían derrumbar todo en cualquier momento. — Añadió.

Valeria no respondió de inmediato, pero tras una breve pausa dijo.

— Tenemos que pensar con claridad — y a continuación dijo.
— Yo tengo una caja de herramientas que dejó un electricista. Tal vez podamos usar algo para intentar ensanchar la grieta, pero tenemos que hacerlo con cuidado.

Lucas asintió, aunque pensó que poco se podía hacer con unas simples herramientas de electricista.

— Sí, tienes razón —dijo—. Pero no puedo ayudarte, aquí no hay nada más.
— No importa, comenzaré yo y tenemos tiempo
— El tiempo nos sobra — murmuró, él aliviado de que al menos no estaba completamente a oscuras, ni solo.

Lucas comenzó a escuchar cómo se raspaba la gruesa pared del otro lado y él no podía hacer nada por ayudarla, intentó hacerlo con las uñas, pero solo consiguió quebrase dolorosamente la del dedo medio, que se chupó en medio de un grito de dolor.

Los minutos se alargaron hasta volverse horas, o al menos eso sentía Lucas. Valeria y Lucas hablaban entre sí, compartiendo historias para mantener la cordura. Él le contó sobre su padre, un funcionario de medio nivel, alcohólico funcional, pues a pesar que bebía mucho a diario, siempre asistía al trabajo puntualmente y era respetado en su ámbito laboral, pero que siempre lo criticaba, por no coronar una carrera como él y la constante crítica lo había llevado a distanciarse de su familia. Valeria, por su parte, habló de su propia familia, de cómo se sentía como una extraña en su casa, de cómo sus padres nunca entendieron su pasión por el arte.

— ¿No te interesa estudiar? — Preguntó Valeria
— ¿Crees que alguien nos está buscando? —preguntó Lucas en un intento de desviar la pregunta.
— Sí — Respondió Valeria. — Tienen que estarlo. Solo tenemos que aguantar. ¿No quieres contestar?
— ¿A qué?
— ¿No te interesa estudiar?
— No encuentro nada que me guste, además quiero demostrarle a mi padre que no se necesita un título para triunfar en la vida.
— ¿Por qué debes demostrarle algo a tu padre?
— No lo sé, pero es lo que quiero. ¿Y tú, crees que vas a vivir del arte?
— No lo estoy haciendo y dudo que logre hacerlo, pero me gusta mucho, me ayuda a salir un poco de la prisión cotidiana en la que vivo.
— Creo que ambos estamos atrapados en vida.
— Literal — Dijo ella con una risita.

Ambos rieron, pero la tensión de Lucas crecía y a pesar de que el raspar continuo de Valeria lo tranquilizaba, estaba cada vez más desesperado, por no poder ayudar.

— ¿Cómo vas? ¿Tienes sed?
— No te preocupes yo sigo y pronto podrás pasarme algo de agua.
— Lamento no poder ayudarte, no tengo aquí nada que pueda servir
— Tranquilo yo estoy en eso
— No puedo estar tranquilo sin hacer nada, me estoy desesperando ¿Puedes darte prisa con ese agujero?
— Estoy haciendo lo posible, cálmate, Lucas.
— No puedo calmarme —respondió Lucas—. Necesito salir de aquí.

El silencio se apoderó de nuevo de su pequeño mundo. Las horas pasaron, y ninguno de los dos habló. Finalmente, fue Valeria quien rompió el silencio.

— No tengo otra opción —respondió Lucas—. Necesito salir de aquí.
Comenzó a golpear a patadas sobre una columna que estaba algo floja, mientras gritaba.
— ¡Maldito edificio, maldito derrumbe!
— Cálmate
— ¡NO ME DIGAS QUE ME CALME! ¡NO ME DIGAS NADA!
— Lucas, lo siento —dijo en voz baja—. No quiero pelear contigo. Pero no podemos arriesgarnos a que todo se derrumbe.
Él no respondió de inmediato. Finalmente, susurró:
—Tienes razón. Lo siento. Solo… tengo miedo.
—Yo también —admitió Valeria.

En ese momento, una fuerte réplica sacudió los escombros. Ambos contuvieron la respiración, esperando lo peor. Cuando el temblor cesó, Lucas habló de nuevo.

—Valeria, si no salimos de aquí… quiero que sepas que agradezco haber hablado contigo.
—Yo también, Lucas. Ojalá pudiéramos haber hecho más.

En eso escucharon como unos golpes metálicos y una leve vibración les llegó ahogada.

— ¡Nos están buscando! — dijo Lucas — ¡Debemos avisarles! ¡HEY, AQUÍ ESTAMOS!
— ¡Lucas no te escucharán, tengo una idea!
— ¡AUXILIO! ¡ESTAMOS VIVOS!

Lucas no hacía caso y seguía gritando, pero en medio de sus gritos se escuchó algo metálico golpeando muy cerca.

— ¿Escuchaste? — Dijo Lucas
— Soy yo, estoy golpeando una llave de hierro contra un tubo que sube por la pared, seguramente escucharán
— ¡Eres genial, Valeria!
— Mejor busca algo con qué golpear también.

El buscó casi a ciegas, pues la pequeña luz apenas iluminaba su espacio, pero encontró un tope de hierro que usaban para detener una puerta que constantemente se cerraba y querían mantener abierta.

Con él golpeó también en la pared y a cada tanto gritaba.
— ¡Hola! ¡Estamos aquí!

De pronto los ruidos de arriba eran más fuertes, al parecer los rescatistas habían escuchado sus golpes y se habían dirigido hacia donde ellos estaban, que no era muy profundo, entablando una conversación de golpes, para verificar que en verdad eran sobrevivientes.
Horas más tarde, los equipos de rescate llegaron donde Lucas, que estaba ronco, con los ojos ardiendo y demacrado, aunque no parecía estar deshidratado.

— Tranquilo joven, pronto lo sacaremos
— Deben sacar a Valeria, ella está en la pared de al lado
— Ok, primero debemos llegar a usted, del lado que dice no se puede escarbar.
— ¡Valeria! Ya vienen, espera
— Yo espero, tranquilo Lucas y gracias. — Dijo ella en un susurro
— ¡Gracias a ti! ¡Me mantuviste cuerdo!
— Y tú me mantuviste a mí, estoy algo cansada, creo que voy a dormir mientras llegan.
— ¡Si! Duerme un rato, mientras vienen.
Una hora después habían abierto un agujero y pudieron iluminar dentro.
— ¡Aquí estoy! Digo, ¡aquí estamos!
— Pronto los sacaremos.

Los equipos en pocos minutos habían abierto un buen boquete y por ahí entró un rescatista con un arnés que Lucas se puso con ayuda del rescatista.

— ¡Valeria! ¡Despierta! — al otro lado hay una chica, deben rescatarla.
— Claro, vamos ahora por ella, ahora lo vamos a sacar

Lo sacaron y llevaron a una ambulancia, en todo el viaje hacia afuera de los escombros y su inclusión a la ambulancia fue diciendo que Valeria estaba a su lado.
Lo sedaron y se durmió al instante…


Despertó en la cama de un hospital, su madre y su hermana estaban en frente, a un lado estaba su padre, quien, al verlo despertar, se abalanzó sobre él y lo abrazó llorando y diciéndole.

— ¡Gracias a Dios estás vivo! ¡Perdóname!
— ¡Papá! — Dijo él con voz entrecortada
Su madre y hermana se sumaron al abrazo y todos lloraron de alegría, pasado el emotivo momento, recordó y dijo.
— ¿Dónde está Valeria?
— ¿Quién?
— ¡Valeria la chica que estaba a mi lado!
— No lo sé pregúntales a los médicos.

Lo hizo, pero luego de que le dieran el alta, preguntó en el hospital, aunque nadie le dio respuesta pues, de seguro la habían llevado a otro hospital.
Después buscó al equipo de socorristas y tras muchas indagaciones encontró al equipo que los había rescatado.

Tras darles las gracias de todo corazón, les preguntó por Valeria.

— No había ninguna chica en la pared de al lado — Le respondió el socorrista que había entrado a ponerle el arnés — Y buscamos a fondo…

Por Omar Nipolan. Cuento adaptado de la historia relatada por un sobreviviente al terremoto en el año 1986 en San Salvador

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