Omar Nipolan

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La antigua Grecia y el exceso de pensamiento

Sabios de Grecia

Grecia Antigua: donde todos opinaban, incluso sin haber sido convocados

La Antigua Grecia no era un país como lo entendemos hoy, sino una constelación de ciudades-estado (polis). Se encontraban repartidas entre montañas, islas y playas con mala conexión Wi-Fi. Cada polis era independiente, con su propio gobierno, monedas, ejércitos y rencillas con el vecino. Atenas, Esparta, Corinto, Delos o Efeso eran tan distintas entre sí como un filósofo estoico y un entrenador de lucha grecorromana.

Y, sin embargo, compartían idioma, religión, mitos. Además de algo fundamental. Una obsesión colectiva por el pensamiento, la competencia, el vino y la necesidad de hablar sin parar.

La sociedad: esclavos, ciudadanos y gente con túnica que solo opinaba

La estructura social griega era tan vertical como las columnas del Partenón. En la cúspide estaban los ciudadanos varones adultos. Ellos podían votar, filosofar, y hacer todo lo importante). Luego venían las mujeres, que, dependiendo de la polis, eran tratadas como reinas domésticas (Esparta). O Como decoraciones educadas para banquetes (Atenas). Después estaban los metecos (extranjeros residentes. Por último los esclavos, que sostenían toda la economía, como siempre. A quienes nadie preguntaba si querían ser parte de la democracia.

El ocio era altamente valorado, pero no el ocio improductivo. Había tiempo para ir al gimnasio, al ágora (mercado y lugar de debate). Pero también al teatro y al simposio (una mezcla de charla filosófica y borrachera elegante). Si uno no estaba guerreando, probablemente estaba discutiendo sobre si el ser es y no puede no ser.

La cultura: entre genios, chismosos y escribas compulsivos

Es posible que ninguna civilización produjo tantos pensadores, por metro cuadrado como los griegos. La lista incluye a Filósofos, poetas, historiadores, dramaturgos y entrometidos literarios . No bastaba con creer en los dioses: había que interpretarlos, ponerlos en obras de teatro. Además escribir tragedias sobre ellos y luego discutir si realmente existían. Así nacieron:

Los filósofos: Sócrates, Platón, Aristóteles… una cadena de sabios que pensaban tanto que casi olvidaban comer. Algunos fueron ejecutados, otros fundaron escuelas. Todos dejaron ideas y cosas que siguen dando dolor de cabeza hoy en día.

Los dramaturgos: Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes llenaban teatros con sus obras. Ahí, los dioses sufrían, los héroes lloraban, y los ciudadanos se reían del gobierno entre vino y aceitunas.

Los historiadores: Heródoto (“el padre de la historia y de los chismes internacionales”). Tucídides (“el que lo contaba sin adornos”). Ellos inventaron ese género de contar el pasado como si importara, que llamamos “historia”.

Los poetas líricos y épicos: Safo, Píndaro, Homero… unos con arpas, otros con ceguera poética. Todos convencidos de que un hexámetro bien medido valía más que una espada.

El pensamiento: cuando pensar demasiado era un deporte de riesgo

La filosofía no era una opción académica, era una manera de vivir (o fastidiar al prójimo). Sócrates no escribió nada, pero preguntaba tanto que terminó condenado a beber cicuta. Dicen que por corromper a la juventud y no respetar a los dioses. Aunque el verdadero problema fue probablemente su actitud de “yo tengo razón y ustedes no”.

A partir de ahí, Grecia se convirtió en una fábrica de teorías sobre el alma, el universo, la moral, el amor y si los átomos existían o no. Había escuelas para todos los gustos: cínicos, estoicos, epicúreos y platónicos. Incluso había filósofos que vivían en barriles (como Diógenes), porque pagar renta ya era cosa de débiles.

Y además, los griegos no paraban de competir

En lugar de guerras civiles, los griegos canalizaban su energía en juegos, competencias poéticas y debates públicos. Cabe señalar que también tenían sus guerras civiles. Los Juegos Olímpicos eran religiosos y deportivos a la vez. Corrías desnudo para honrar a Zeus, y si ganabas, te hacían una estatua. Si perdías, bueno, al menos sudaste la túnica con dignidad.

El origen del universo, versión griega

Primero fue Caos, la nada primigenia. Luego vino Gea (la Tierra) y Urano (el Cielo), quienes no tuvieron una conversación sana sobre la crianza de hijos y, en cambio, produjeron una camada de Titanes, Cíclopes y monstruos múltiples. Urano intentó esconderlos en el útero de Gea (incómodo), pero Cronos, uno de los Titanes, decidió solucionar el asunto castrando a papá con una hoz. La sangre creó más criaturas y los genitales flotaron hasta el mar, de donde nació Afrodita (porque los griegos no desperdiciaban material).

De Titanes a dioses olímpicos

Cronos gobernó hasta que cometió el clásico error griego: tragarse a sus hijos para evitar una profecía, lo cual, como siempre, solo la cumplió. Su esposa Rea, harta, escondió a Zeus, quien creció en secreto y luego liberó a sus hermanos vomitados. Así nació la Titanomaquia, una guerra familiar que acabó con los dioses olímpicos —Zeus, Hera, Poseidón, Hades, Hestia y Deméter— en la cima del poder.
Los dioses olímpicos eran trece (más o menos, según quién esté peleado esa semana), inmortales, antropomórficos y con funciones muy específicas: desde el mar hasta el vino, pasando por la guerra, la sabiduría y los chismes celestiales. Vivían en el Monte Olimpo, que no tenía código de vestimenta ni ley de convivencia.

El culto y su propósito

El sistema religioso griego no tenía dogmas ni libros sagrados, sino mitos transmitidos oralmente y luego fijados por poetas como Hesíodo y Homero. Los dioses no exigían fe ciega, sino sacrificios, festivales y un comportamiento razonablemente respetuoso. No prometían salvación eterna, sino favores temporales, si no los insultabas o te olvidabas de invitarlos a una fiesta.

La religión griega no era teológica, sino funcional: había un dios para cada necesidad. ¿Querés ganar una guerra? Ares. ¿Buena cosecha? Deméter. ¿Inspiración artística? Apolo o las Musas. ¿Que no te conviertan en cerdo por acostarte con una diosa celosa? Bueno, eso ya era más difícil.

El culto en la práctica

Los templos eran casas de los dioses, no espacios para congregarse, y el ritual central era el sacrificio animal. Los sacerdotes eran funcionarios, no figuras morales. La religión se entrelazaba con la política, la identidad cívica y hasta los Juegos Olímpicos (dedicados a Zeus, porque claro).
Los oráculos, como el de Delfos, ofrecían respuestas crípticas a preguntas serias. Era como consultar a Google, pero con humo, sacerdotisas drogadas y respuestas que siempre podían interpretarse al revés.

¿Y los héroes?

Además de los dioses, los héroes mitológicos eran parte fundamental del paisaje religioso: semidioses, humanos excepcionales o víctimas de tragedias cósmicas. Sus aventuras explicaban la geografía, las costumbres y los traumas colectivos. Heracles, Perseo, Teseo, Atalanta, Orfeo… eran más cercanos que los dioses, y tenían el beneficio de morir eventualmente (lo cual los hacía más admirables).

Genios con toga y mucho tiempo libre

La Grecia clásica fue una civilización llena de pensadores profesionales. Como escritores compulsivos, bebedores reflexivos y guerreros con licencia para filosofar. Su panteón de dioses no fue más que el marco brillante para una cultura obsesionada con el alma, el cuerpo y la polis. No obstante, creemos que tuvieron mucho tiempo libre. Demasiado.

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