Callejón de vórtices. Cap. 2

callejon

Caos y control

Stay, lady, stay
Stay while the night
is still ahead
Lay, lady, Lay – Bob Dylan

De fondo se escuchaba el melancólico solo de guitarra, el cual inicia exactamente a los dos minutos y medio de la deprimente pero eternamente vigente canción, “Love Hurt” en la famosa versión del grupo Nazareth, himno oficial en inglés de todos los burdeles de la zona, la cual, se escuchaba desde tiempos remotos en la vieja y destartalada Rockola.

Curiosamente la canción parecía haber hecho metástasis infinita a todas las rockolas del mundo pues a diferentes horas y en diferentes lugares sonaba en una extraña sincronización que nadie ha notado jamás entre el acorde final con el inicial de la triste balada Rock. De esta manera la canción se mantiene sonando eternamente desde la fecha cuando las Rockolas se sincronizaron el 12 de agosto de 1977.

Dentro del salón se escuchaba un galimatías de frases, replicas, murmullos y gritos entre los que resaltaba una discusión de un pequeño grupo de jóvenes autodenominados “Los nuevos amigos del abecé”.

— ¡Te digo que los chinos crearon un terremoto, saltando todos al mismo tiempo!

— Están probando una nueva arma para acabar con Estados Unidos

— Si soplan todos juntos pueden detener proyectiles…

Nadie les prestó atención cuando entraron tomados del brazo, mientras caminaba, Manuel se bajó la cremallera de la sudadera, se la quitó, dejándola al revés, en su parte interior había algo así como una vieja bolsa de dónde sacó una diminuta biblia bastante usada, un viejo gorro gris de lana y unos gruesos lentes de aro negro que se puso en forma furtiva y cuando llegaron a un punto ciego del bar comenzó a doblar su chamarra y ante la mirada sorprendida de la chica le dijo:

— ¡Me siguen y me quieren matar, debo salir por el otro lado!

— ¡Ah! Yo…. balbuceó ella, sin saber qué decir.

— ¡Si te preguntan diles que te empujé y salí corriendo para ese lado! — Señalando hacia la izquierda.

Le dio un beso en la mejilla, se apartó de ella con un ligero empujón, salió por la puerta lateral, terminando de doblar la sudadera sobre sí misma al reverso, en lo que parecía ser una bolsa maletín azul de lona cosida como forro interior.

Todo esto lo hizo en una fracción de segundo, en el lapso de salir del salón hacia la acera y en lugar de tomar la dirección que le dijo a la chica, se dirigió hacia la derecha a encontrarse con la intersección por donde antes venía.
Esperaba confundir a sus perseguidores con su cambio de apariencia, sobre todo porque abajo de la sudadera, vestía una camisa celeste bastante nueva, de mangas cortas y corbata azul. Se puso en las manos una inconfundible y desgastada Biblia que llevaba medio oculta en el pantalón entre su estómago y el cinturón.

El supuesto maletín azul, al revertirlo se convertía en sudadera, tenía tirantes, los acomodó, se lo colgó al hombro, encorvó su espalda y comenzó a caminar lentamente en dirección a la esquina en donde sus perseguidores venían casi pisándole los talones.

Uno de ellos apareció de pronto con paso apresurado en la esquina asustando a más de un transeúnte y a Manuel mismo, quien se encogió abrazando la Biblia y mirándolo con ojos aterrorizados, ampliados por los lentes. El miedo reflejado era verdadero, pero el tipo incluso le puso la mano sobre el hombro apartándolo con cierta violencia para poder pasar, mientras por la puerta del prostíbulo por donde acababa de salir, asomaba el otro perseguidor diciéndole a su compañero:

— ¡La puta me dijo que se fue por allá!

Señalando en sentido contrario a la dirección que llevaba Manuel.

— ¡Bueno, activa la horda, hoy ya se dio cuenta que lo seguimos!

El matón recibió la indicación, sacó una especie de radio y dijo algo inteligible mientras corría supuestamente en su persecución.

Todo esto lo vio tras su nueva apariencia junto a los otros curiosos que se habían detenido a mirar ante los gritos y movimientos de los ahora conspicuos matones, quienes, al ser descubiertos, les importaba poco descubrirse ante la gente. Este hecho lanzó una alerta en Manuel, tomando la forma de un frío estremecimiento recorriendo toda su médula espinal. Las cosas llegaban a un nuevo nivel, pues en esos momentos, no solo iban tras él, sino que además, ya no les importara ocultarse.

— ¡Allá va! — Gritó uno de ellos y ambos corrieron en la misma dirección alejándose de Manuel.

Llegar a la esquina y cruzar la calle, para alejarse más de sus perseguidores parecía cosa sencilla, pero el tráfico de la calle se había liberado. Por alguna razón el eterno embotellamiento que iniciaba un par de cuadras más adelante desapareció por arte de magia y la fila de autos pasaba ahora sin detenerse, ni dar tiempo a cruzar la escasa distancia entre esquina y esquina.

Esperó, casi brincando de los nervios, hasta que los coches dejaron el suficiente espacio y Manuel se pasó a la acera de enfrente caminando siempre en dirección opuesta a la de sus perseguidores, reprimiendo las ganas de salir corriendo hacia el parque donde su contacto lo estaba esperando.

Esta persecución inició cuando iba en el autobús a reunirse con su “receptor” o más bien “receptora”, estaba seguro de que era “ella” y no él. Para despistar se bajó una parada después y se fue caminando hacia esa zona, la cual conocía muy bien. Pero no tenía idea de cómo despistar a sus perseguidores.

Apenas llevaba recorrida media cuadra cuando al volver la vista atrás vio aparecer el convoy de soldados, los cuales, bajándose de los vehículos acordonaron rápidamente la zona y deteniendo todo movimiento motorizado y peatonal.

Era oficial, lo estaban cazando y debía llegar al parque, pero las cosas empeoraban pues en la esquina hacia donde se dirigía, llegó otro camión con soldados, los cuales se bajaron saltando y bloquearon la zona delante de él comenzando a detener a todos los transeúntes que iban delante de él para pedirles documentos de identificación.

Nadie se dio cuenta, pero en ese preciso instante, una esfera gris de aproximadamente dos pulgadas de diámetro rodaba por la calle que Manuel acababa de cruzar. La bolita siguió girando sin ser vista hasta terminar justo debajo de la bota de uno de los soldados que caminaba calle abajo y en el preciso momento de dar un paso hacia adelante, rodó bajo la suela de su bota haciéndolo perder el equilibrio y caer de espaldas.

El soldado tenía su dedo índice en el gatillo de su rifle automático, en un movimiento reflejo al sentir que se iba hacia atrás, apretó la mano accionando con el dedo el percutor de su rifle, disparándolo de forma no intencional. Un farol de luz recibió los impactos de bala, explotando y apagándose con lo cual se hizo el caos, al mismo tiempo mientras esto sucedía, una lata de bebida gaseosa rodaba pocos metros más abajo y se detuvo en medio de la calle.

Entonces para sorpresa de todos, un instante después de la ráfaga accidental de disparos, del soldado que se iba al suelo, se escucharon una serie de sordas explosiones. Se levantó de inmediato una densa humareda que lo cubrió casi todo en pocos segundos. La gente gritó, los soldados se tiraron al suelo, y trozos de vidrio y metal del farol impactaron en los cascos de algunos soldados y como reflejo, también dispararon al aire. Parte de la muchedumbre se tiró al suelo, otros corrieron presas del pánico y Manuel sin atinar nada, iba a tirarse al suelo también, cuando alguien lo tomó del hombro y una voz femenina le dijo casi al oído:

— Sígueme. ¡Salgamos de aquí!

En un total estado de confusión, sin comprender nada y con la mente en blanco, Manuel se puso las manos en la cabeza y siguió a la portadora de la voz que caminaba fuera del perímetro, gritando histérica pasando de los aturdidos soldados.

— ¡Dios mío, ampáranos! ¡Nos van a matar! ¡Ay!

Gritaba la chica, pero seguía caminando con Manuel tras ella y él también iba gritando, esgrimiendo su biblia como escudo. Iban en medio de un grupo de veinte o más personas quienes iban con la misma actitud, pasando entre los soldados cuya atención había sido desviada por el incidente.

Llegaron hasta la esquina siguiente y doblaron a la derecha, y se unieron al grupo de gente huyendo en dirección opuesta a los disparos y explosiones, saltando por encima de quienes se tiraron al suelo para protegerse de la balacera.

Al llegar a la siguiente cuadra, la chica aminoró el paso y con toda tranquilidad le susurró a Manuel:

— Quédate conmigo mientras nos quede algo de noche

A lo que Manuel contestó:

— Ansío verte a la luz de la mañana.

Ella extendió la mano y él le entregó una pequeña libreta, en cuya tapa estaba escrito con lapicero negro lo siguiente:

“Callejón de Vórtices”

Se separaron y Manuel caminó con fingida tranquilidad hacia el parque sin volver la vista hacia la muchacha que se alejaba alegremente como una chiquilla saliendo del colegio a reunirse con su novio.

En la cabeza del joven resonaba en su memoria la canción que había servido para inspirar la clave de identificación.

"Lay, lady, lay, lay across my big brass bed…"

Nunca entendió la necesidad de esta forma tan complicada de identificarse, por medio de claves con gente que uno jamás ha visto en su vida, cuando era mucho más fácil estar de acuerdo desde el principio y conocer, aunque sea de vista a la persona contacto para no equivocarse.

En lugar de andar diciéndole cosas raras en público a gente que uno no ha visto nunca en su vida, no conoce, ni sabe quién es. O peor aún, gente a quienes pueden suplantar por filtración o por intercepción las palabras clave y alterar totalmente los planes más retorcidamente preparados, convirtiéndolos en efectivas trampas.

Definitivamente es un juego demasiado perverso y los peones están sujetos a los caprichos del azar y de quienes manejan los tableros planeando cosas como las que acababa de hacer. En su mente le flotaba una interrogante sin respuesta ni explicación y por lo visto dudaba mucho en encontrar una respuesta lógica a su pregunta.

El protocolo normal dicta que si uno de los citados no llega al lugar de la reunión a la hora indicada es porque algo se comprometió y la otra parte debe desaparecer cuanto antes.

¿Por qué, entonces, la chica lo había ido a buscar?

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