Pedro viene del pueblo cercano por el camino real, montado en su caballo, ya pasa la media noche y se dirige a su casa, donde se encuentra, seguramente dormida, su amante y sumisa esposa, que nunca le pregunta, adonde estuvo, ni con quién, aunque sabe que es aficionado a los lupanares en donde bebe y pasa el rato con las chicas que atienden en esos lugares.
La noche está tranquila, apenas sopla un viento cálido, pues es verano y en por el camino solo se escucha el suave galopar de su caballo y apenas, el viento susurrando cuando agita las copas de los árboles.
Considerablemente borracho, se va aferrando a su montura pues, pues, como suele hacer casi todos los viernes, se pasó de copas y en su camisa lleva las marcas delatoras de pintalabios y se siente impregnado en su cuerpo, el fuerte aroma del perfume de la joven con quien estuvo disfrutando placeres carnales en el burdel del pueblo, atendido por jóvenes esclavas de su miseria y del machismo imperante en la cultura del país.
Pedro es casado, pero aparentemente, ese estado civil no le impide enamorar a cualquier mujer bonita que se ponga en su camino, pues según su opinión, él es muy macho y tiene un gran “pegue” con el sexo femenino, así que lo aprovecha al máximo.
Su esposa, educada bajo el estricto código patriarcal que durante siglos a sometido a una vida de segunda clase a la mujer, sabe en dónde pasa Pedro los viernes por la noche y calla, porque al fin y al cabo su marido, es “cumplidor”, es decir que le da apenas lo necesario para vivir y comer, “pero al menos le da”, ella tiene que complementar el magro ingreso económico del hogar con lavadas de ropa que hace por encargo y con las tortillas que elabora y vende todos los días al mediodía y por la tarde.
Pedro, que sigue su camino, se va acercando al río, el agua se fluye corriente abajo, con el característico sonido de agua que corre entre las piedras, pero al acercarse más al pequeño puente de madera que lo atraviesa, escucha sonidos muy distintos del correr de agua en el río, oye como que alguien está bañándose en el río, a un lado del camino, acompañando las guacaladas de agua se deja oír una dulce voz cantando o más bien tarareando una melancólica y bella melodía, desconocida para él, que está más acostumbrado a las rancheras, de esas “que dan cólera”.
Por lo que escucha, parece que una chica se está bañando, lo que sería extraño, dada la hora pero, en medio del sopor etílico, curioso y a la vez excitado por lo que promete ser una aventura más para su vida de macho, se baja del caballo y se acerca sigilosamente a la fuente del canto y tras apartar unas plantas, queda deslumbrado cuando ve la hermosa silueta femenina que se está bañando, echándose agua con un recipiente dorado y entre guacalada, se desenreda el pelo con un peine que parece hecho del mismo oro que el recipiente que usa para mojarse el cuerpo.
La vista es de ensueño, una leve túnica de color claro cubre el hermoso cuerpo, de piel blanca y tersa, la tela se pega a sus sensuales curvas, el largo cabello negro le cubre parte de la espalda, toda ella parece reflejar la luz que la luna vierte sobre el lugar y hace brillar aún más su recipiente dorado.
Un deseo febril por poseerla se apodera de nuestro casanova, observa a su alrededor y se da cuenta de que está sola y desvalida, no hay nadie acompañándola, por lo tanto, será presa fácil para sus encantos, ya sea por las buenas o por la fuerza y se acerca sigiloso para no asustar a la bella chica y poder hablarle, seducirla y evitar de que se le escape, si llegase a asustarse.
Temblando a causa de una extraña y desconocida emoción, se acerca lo suficiente para poder tenerla a su alcance y justo cuando está por tocarla, ella se da vuelta mostrándole la cara.
Pedro da un agudo chillido de horror, que bajo otras circunstancias resultaría hasta ridículo y huye, espantado por la terrorífica visión que la joven le ha dado y los gritos de terror que salen de su garganta, compiten en volumen con las enloquecidas carcajadas de la joven que, al darse vuelta para enfrentarlo, se ha convertido en un ser horrible y monstruoso, haciendo que el pobre Pedro, olvide sus ansias de conquistador y corra despavorido, presa de un pánico indescriptible sin percatarse de que va en dirección a un precipicio cercano desde donde, totalmente enloquecido, se lanza al vacío emitiendo desgarradores alaridos, cayendo hacia una muerta segura, que lo librará de la locura y el espanto al que acaba de ser sometido.
El pobre Pedro se ha encontrado esta noche con la Siguanaba.