La mujer despedazada (Cuento pipil)

(Adaptación libre de cuento indígena pipil de la región de Izalco, en el departamento de Sonsonate, El Salvador, recopilada por el antropologo alemán Dr. Schultze Jena)

Mitos y leyendas de los pipiles de Izalco – Dr. Schultze Jena

Erase un hombre llamado Juan, que trabajaba en el campo, arando la tierra, sembrando, cosechando, cuidando ganado y haciendo toda clase de labores agrícolas.

Estaba casado con María, una mujer que parecía como todas, pero en las noches desde que comenzaba a la luna Llena hasta que llegaba la luna Nueva, se levantaba de su cama y se iba por ahí, dejándolo dormido.

Para que no se diera cuenta, regresaba a la casa antes de amanecer y le preparaba el desayuno, procurando que la comida del hombre estuviera lista cada mañana, antes de que se fuera a trabajar, incluso le preparaba su almuerzo, que llevaba en una matata. El hombre era feliz.

Una noche, un vecino del Juan, venía de regreso a su casa, porque se había quedado bebiendo con otros amigos y sin querer descubrió lo que hacía María en las noches de luna Llena.

Se había detenido a orinar cerca de la casa de Juan, cuando vio salir a la mujer de éste con un tapado que le llegaba casi hasta el suelo, e irse por el camino.

— Que raro, le contaré esto a Juan mañana, y se fue a su casa a dormir.

Al día siguiente cuando estaban juntos en la tarea, mientras deshierbaban el campo le dijo.

— Cuida a tu mujer. Ella se va por la noche, seguramente para engañarte y dormir con otro. Es posible que, para que no te enteres, deje un leño debajo de tu cobija, para que pienses que ella está junto a ti.

Entonces esa noche, Juan tuvo cuidado y se quedó despierto, simulando dormir y casi a la media noche, sintió que en efecto así era, que ella salía, pero no era un leño el que le dejaba, en realidad quedaba el cuerpo, solo se iba, la cabeza, piernas y brazos, a pesar del asombro y terror que esto le produjo, logró contenerse y no dijo nada.

Pasó la noche en vela hasta que María regresó, pero no dijo nada, incluso se durmió.

Cuando amaneció, el desayuno ya estaba listo, ella lo había hecho y él se lo comió sin decir nada y salió como todos los días, pero se fue al rancho de su amigo y le dijo:

— Es verdad lo que me has contado!, pero no me dejó un leño, sino que se fue la cabeza, los brazos y sus piernas, solo el tronco de ella quedó.

El vecino, que sabía de estas cosas, meditó por un rato y le dijo:

— Para que ella vea, que tú la has descubierto, toma un huacal con ceniza; le agregas sal, se lo untas en las partes heridas por la separación y después vigilas.

— Bueno

— Luego te acuestas de nuevo, y observas

— ¡Así lo haré! — Dijo Juan y se fue a trabajar como siempre.

Como se había desvelado la noche anterior, al final del día, le entró un gran sueño y llegó a su casa tan cansado que apenas cenó, platicó un poco con su mujer y se durmió profundamente.

Al despertar al día siguiente se percató que no pudo despertarse a tiempo y sin que él se diera cuenta, que seguramente ella había salido, pero disimuló bien, aunque no se aguantaba las ganas de confrontarla.

Se fue, como todos los días a trabajar y aprovechó a medio día para echar una larga siesta, vigilado por su vecino, para que estuviera descansado en la noche y pudiera hacer lo que le había recomendado.

Al llegar por la tarde a su casa, se fue con sigilo para la cocina y en un huacal echó ceniza con sal que había comprado y escondió todo debajo de la cama, mientras su mujer estaba fuera de la casa, porque había ido a lavar al río y estaba recogiendo la ropa seca.

Al llegar, Juan estaba descansando en la hamaca y ella lo saludó y se puso a hacerle la cena, platicaron, cenaron y al momento de acostarse, Juan fingió quedarse dormido.

Ella, tal como lo había venido haciendo antes, se desmembró y salieron las manos, piernas y cabeza, dejando el tronco “dormido”.

Apenas ella se hubo marchado, Juan se levantó silenciosamente y sacó el huacal debajo de la cama y con una tuza a manera de brocha, untó la ceniza en los muñones de las piernas, brazos y cabeza.

Les puso bastante ceniza con sal, pero por las dudas, les paso “dos manos” más, es decir volvió a untar la ceniza en los muñones del tronco que María había dejado en la cama.

Satisfecho se acostó y se quedó dormido hasta en la madrugada.

Cuando la mujer y sus partes regresaron a su cuerpo, intentaron unirse al tronco, pero no pudieron.

La cabeza de María se movió para otro lado y no pudo unirse, los brazos se intercambiaron de lugar, pero no pudieron unirse al tronco.

Lo mismo les pasó a las piernas, por más que intentaron, no pudieron unirse, luego de varios inútiles intentos la mujer se quedó pensando y cayó en la cuenta de que su esposo había hecho algo con el cuerpo para que no se pudiera unir.

Indignada, lo brazos zarandearon a Juan y ella le dijo.

— ¡Despierta Juan! ¡Levántate!

Entonces habló la cabeza:

— ¡Levántate!

— ¿Qué quieres?

— Levántate! Quiero que me digas, por qué has hecho esto.

— ¡Y para que no lo vuelvas hacer, me sujetaré de ti!

Entonces la cabeza se sujetó al esposo.

Es decir, unió su cabeza a la del esposo, desde entonces él tuvo dos cabezas:

Cada vez que él se iba al trabajo, la llevaba consigo (la cabeza de la mujer), también cuando él comía la cabeza comía.

Pero para hacer sus otras necesidades, ella usaba el mismo cuerpo de él, la cabeza de María se había integrado con todas las funciones del cuerpo humano de Juan.

Solo para dormir se despegaban y de esta manera dormían juntos y conversaban jovialmente.

Una vez, despúes de la faena diaria, se internaron en el exuberante bosque, hasta que llegaron a un árbol de zapote rojo, donde, al pié del árbol encontraron un zapote caído.

Él lo recogió, lo abrió y sacó su carne; la mitad se la dio a la cabeza, y la otra se la comió él, María encontró el fruto muy delicioso y se le antojó más así que le dijo a Juan.

— Tu podrías subir y ver si encuentras otro más

— Pero no te puedo llevar, porque sería peligroso, te puedes marear y mi cuerpo caer, entonces nos mataríamos, si tú te quedas abajo, subiré

— ¡Yo me quedo aquí!

Entonces él se quitó la ropa colocándola de tal manera para que la cabeza se posara en ella. Luego él subió y encontró una fruta que le tiró.

Halló otra la cortó, pero ésta todavía estaba tierna, entonces él exclamó:

— ¡Corté una verde!

— ¡Tírala!

El la tiró; esta cayó sobre un venado que estaba cerca, el cual se asustó y comenzó a correr.

Cuando la cabeza oyó que el venado corría pensó que era el esposo quien huía, entonces se apresuró a alcanzarlo, una vez, alcanzado, el venado, se les sujetó a las ancas.

Cuando el venado sintió, que la cabeza se les había sujetado a las ancas éste salió corriendo más rápido, atravesando el espinoso bosque…

¡Así la cabeza finalmente cayó inerte!

Juan se bajó del árbol y se dijo:

— ¡Mi mujer se ha ido! Ella creyó, que yo me había ido; ¡Ahora la buscaré!

Y la busco por el sendero, pero no entró a las zarzas espinosas por donde el venado se había ido, entonces recorrió un buen trecho del sendero sin resultado alguno.

— No la encuentro, ¿Qué voy a hacer ahora? — y se respondió a sí mismo — ¡Se lo iré a confesar al padre!

Juan llegó donde el padre y se confesó, entonces le dijo, debes buscar a esa cabeza, hasta que la encuentres.

Entonces Juan fue a buscarla, hasta que finalmente la encontró inerte entre las espinas de las zarzas, la metió a un saco y se la llevó al padre.

— Debes ir a enterrarla al cementerio, pero primero debes barrer y limpiar bien la fosa, además tienes que ir todos los días a ver qué sucede y si observas algo fuera de lo normal, tienes que venir a decírmelo inmediatamente.

Así hizo Juan, llegó a la fosa, barrió y limpió bien antes de poner la cabeza y la enterró, llegando a verla todos los días.

Sin darse cuenta. ya había crecido un arbolito de morro. Inmediatamente corrió a decírselo al Padre; y él le dijo, que continuara observando

El arbolito creció, se ensanchó, siguió creciendo, hasta florecer y cada cambio del árbol se lo iba a contar al Padre, quien le decía que siguiera observándolo

El árbol dio su fruto que creció; maduró y reventó, Juan estuvo presente en ese momento.

Al reventarse el morro, Juan vio que adentro algo se movía y corrió a contárselo al Padre, que le dijo:

—Vete a descansar a tu casa, pero mañana después del mediodía, debes quedarte junto al árbol, porque sucederá algo.

Juan obedeció y fue a descansar, pero al siguiente día se fue después del almuerzo a ver el árbol y a su extraño fruto, siguió observando el morro con lo que tenía adentro y por fin fio que eran unos pequeños muchachos.

Eran los Muchachos de la Lluvia.

Enseguida fue a decírselo al Padre quien le indicó, que se dirigiera a la aldea, y que consiguiera pedacitos de trapos.

Regresó al lugar y todas las semillas, que poco a poco caían, las recogía y las vestía con los pedacitos de trapo, al cubrirlos tomaban forma de muchachos, pero todavía eran pequeñitos y estaban vestidos con lo pedacitos de trapo.

(Los muchachos de la lluvia igual caen a la tierra como la semilla del fruto maduro).

Después de que todos cayeron, se los llevó a vivir a su choza.

***

Tuza: Envoltorio seco de la mazorca, conformado por varias hojas en forma de vaina que ya secas sirven para múltiples propósitos.

Zapote: Pouteria sapota, Lucuma mammosa) es una especie arbórea, de tran tamaño, de la familia de las sapotáceas de fruto parecido al aguacate en textura, pero con un sabor dulce y de color rojizo, con semilla negra.

Morro: Jícara, Crescentia cujete, es un arbol de la familia de las bignoniácieas, relativamente pequeño de unos cinco metros de altura, se extiende desde México hasta el Brasil, incluyendo a las Antillas, cuyo fruto de cáscara dura y lisa tiene aspecto esférico y se suspende del tronco o de las ramas más gruesas; desde tiempos precolombinos se ha utilizado para confeccionar artesanías y recipientes.

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