(La culebra zumbadora es una leyenda salvadoreña)
Mario era un muchacho trabajador, respetuoso, bastante tímido y callado, que no se metía con nadie y lo que menos se suponía que iba a pasar era que llegaría el día en que se enfrentaría a Julio y su pandilla de bribones que habían hecho de la humillación de Mario un ritual cotidiano.
Todos los días bajaba Mario con los cántaros de agua para llevarle el agua del chorro comunal a su mamá que echaba tortillas y usaba el agua para mojar la masa y para otros menesteres, además de beber.
Casi siempre estaban en el parque, Julio y sus gandules haciendo lo que mejor sabían, perder el tiempo y molestar a las chicas que pasaban o en especial a Mario que cabizbajo pasaba frente a ellos, con los dos cántaros llenos de agua, uno en cada hombro, siendo objeto de burlas y escarnios de parte del grupo de holgazanes abusadores.
– ¡Ahí va el mandilón de Mario!
– ¿A dónde vas criatura?
– ¿Porqué te quitaste el delantal guapa?
– ¿Te da pena que te vean como niña con los cántaros?
– Mirá por donde caminás – y le ponían el pie para que se tropezara.
A veces la zancadilla hacía efecto y Mario caía al suelo tratando que salvar el contenido de sus cántaros, pero casi siempre se le derramaba al menos uno de ellos.
Entonces enojado, les hacía frente, pero su falta de experiencia pugilística lo hacía víctima propiciatoria para el abuso físico y era Julio, Juan o Roberto quienes por turno lo empujaban, agredían y vapuleaban, dejándolo tirado en el suelo, rodeándolo y burlándose de él hasta que alguna señora o chica acertaba a pasar y a regañarlos por abusar del pobre e indefenso joven.
Entonces dejaban de agredirlo físicamente y pasaban a las burlas.
– ¡La niña tienen quien la defienda!
– ¡Te cuidan tus amiguitas!
– ¡Llevale el agua a tu mami, pues!
– El niño le va a poner queja a su mamita
Y se reían a más no poder en medio de las miradas desaprobadoras de la gente que pasaba, pero que no se metía con la pandilla porque, podían ser objeto del ataque del grupo de patanes que conformaban la caterva de Julio.
Entonces Mario recogía sus cántaros, regresaba a llenar los que se habían vaciado y volvía a pasar frente a sus victimarios, que, aunque ya no lo agredían físicamente, seguían burlándose de él hasta que se alejaba, avergonzado y furioso de no poder hacerles frente.
Llegaba a su casa y su mamá le preguntaba qué le había pasado al verlo todo sucio e incluso golpeado, él inventaba alguna mentira, sobre que se había resbalado y caído al suelo, pero ella sabía que era falso y se enojaba con el grupo de abusadores y decía que iba a ir a reclamarles.
Pero Mario le pedía que no lo hiciera porque iba a ser peor.
Un día de casualidad su abuelo se enteró de las desventuras de Mario y lo llamó aparte y le dijo.
– ¿Es cierto que ese grupo de pendejos de molesta?
– Si abuelo – le contestó bajando la cabeza ya que a su abuelo nunca le mentía.
– Yo sé que no podés pelear con ellos vos solo, a menos que…
– ¿A menos que, qué…?
– Oíme bien y poné atención porque no lo voy a repetir…
***
Pasó el fin de semana y el lunes, como siempre, Mario bajó con sus dos cántaros, como siempre y como siempre ahí en el parque estaba el grupo de vagos, comandados por Julio y lo vieron pasar, guardando silencio, pues sabían que se divertirían a costa de él cuando regresara cargado de sus cántaros de agua.
Mario, tranquilamente llenó sus cántaros del cristalino líquido y en eso llegó Marta en compañía de Juanita, ambas muy buenas amigas de él y sin más preámbulos, Marta le dijo
– Hola Mario, danos los cántaros, vamos a subirlos hasta donde tu mamá para que estos desgraciados no te los boten.
Sorprendido, Mario les agradeció, pero les dijo.
– Gracias Martita y Juanita, pero esta vez los voy a poner quietos.
– ¡No Mario! ¡Te van a golpear como siempre!
– ¡Esta vez no! – Dijo emanando un aura de autosuficiencia y tranquilidad que las hizo enmudecer.
Entonces se puso los dos cántaros en los hombros y caminó tranquilamente al encuentro con sus victimarios de siempre, ante la mirada sorprendida de las dos jóvenes.
Como era habitual comenzaron las burlas desde que lo vieron venir con su carga, pero esta vez había algo diferente, en lugar de encorvarse como todas las veces, los miró directamente con desprecio y se detuvo frente a ellos y les dijo.
– ¡Cállense bola de pendejos!
– ¿Cómo dijiste?
– ¿Aparte de pendejo estás sordo?
– ¡Hoy si te la ganaste!
Y Julio fue el primero que se abalanzó sobre él con los puños en alto, dispuesto a romperle la cara a la podre idiota ese, que se atrevió a desafiarlo.
Entonces pasó…
Mario sin perder aplomo lo esperó con sus dos cántaros al hombro y justo antes de que su agresor lo alcanzara, lo recibió con una patada directo al estómago.
Julio se dobló sobre sí mismo y quedó boqueando a sus pies, dejando sorprendidos al resto de la pandilla que procedió a ir sobre él, quien apenas había puesto su pie en tierra, bajó con una mano el cántaro del hombro derecho, depositándolo en el suelo suavemente, mientras el otro cántaro ya descendía en un hábil movimiento, quedando los dos recipientes juntos sin derramar ni una gota.
Roberto que era el más corpulento de todos se lanzó sobre el en una patada que lo dejaría inconsciente, pero Mario movió su cuerpo, tomando la pierna alzada de Roberto que sorprendido no pudo detener su propio avance.
Mario usó el impulso de Roberto para halarle la pierna y hacer que el corpulento muchacho saliera disparado, pasando a su lado y terminando por caer estrepitosamente varios pasos adelante, donde rodó dolorosamente, mientras Mario, puños en alto, se enfrentaba a los otros gandules.
Sorprendidos, se detuvieron y dudaron un instante, que bastó para que Mario los noqueara con sendos golpes en sus barbillas, mientras los dos restantes sin saber que hacer, se quedaron atrás, con la vista puesta en Julio que se estaba recuperando de su golpe inicial.
Roberto se incorporó todo embarrado, pues había caído en un charco que además de agua, tenía alguna porquería, que había ensuciado totalmente su ropa y se dirigió amenazante hacia Mario con una mirada siniestra.
Entonces al ver que estaban acuerpados, los dos restantes se lanzaron contra Mario que los recibió esquivando los golpes que le lanzaron y recibiendo impactos en sus estómagos y sientes, que los dejaron rápidamente fuera de combate.
Julio había sacado una enorme navaja con la que mandaría a Mario al más allá y Roberto blandía un garrote que había recogido para aplastar a la sabandija que lo había humillado frente a la gente del pueblo que había hecho rueda en torno a la pelea, sin atreverse a intervenir.
Ambos pendencieros se arrojaron sobre Mario quien detuvo en el aire la mano que blandía el garrote de Roberto y en un giro inesperado, desestabilizo al gigantón poniéndolo entre él y Julio quien le clavó su cuchilla por error en la nalga derecha, haciendo chillar de dolor a Roberto, antes de ser despachado al mundo de los sueños por un par de golpes de Mario.
Quedó solo Julio en pie, tembloroso y con furia homicida, le lanzó un tajo en dirección al estómago de Mario, quien lo esquivó turaniamente, atrapando la mano derecha que de Julio que sostenía el enorme cuchillo, golpeándolo en el brazo en un punto que maximizó el dolor e hizo que soltara el arma cortopunzante, quedando a merced de Mario que lo golpeó nuevamente en el abdomen y en la cara, dejando noqueado al último de sus agresores.
Intacto y apenas despeinado, Mario se sacudió las manos para limpiarse el polvo de la reciente rencilla y tomando los cántaros nuevamente en sus hombros se dirigió con toda tranquilidad hacia su casa, ante la sorprendida mirada de la gente que se había congregado a ver la pelea.
Julio fue acusado de agresión por arma blanca, pasando varios días en la bartolina, Roberto pasó una semana en el hospital y los demás se despertaron al poco rato humillados bajo los insultos y miradas reprobadoras de todo el pueblo.
Dos intentos más de agresión contra Mario terminaron en sendas golpizas al grupo de vándalos que tuvieron como consecuencia, la dispersión y anulación de la pandilla, quedando solo Julio, como acérrimo enemigo de Mario, rumiando su odio en febriles sueños de venganza, mientras trataba de encontrar la respuesta al repentino cambio de actitud y de habilidades para la lucha, que había mostrado Mario de improviso.
Poco tiempo después, Julio, de alguna manera creyó haber descubierto el secreto del joven Mario, que se había convertido en una celebridad en el pueblo, encontrando un buen trabajo, una linda chica y teniendo éxito en todo lo que emprendía.
Un día de mayo, encontraron a Julio tendido en el suelo, delirando y ardiendo en fiebres, con el cuerpo lleno de marcas de latigazos, gritando incoherencias sobre culebras latigazos y zumbidos; locuras, delirios, dijeron sus amigos, mientras que los más viejos callaban con un silencio muy significativo.
Tres días duraron los dolores, las fiebres y dementes gritos que se llevaron a Julio a la tumba, en medio del estupor de los médicos, pues salvo los latigazos en la piel, no mostraba señales de daño severo en su cuerpo, ni de infecciones o algo que lo tuviera tan enfermo, pero lo que nunca se supo es que, efectivamente había descubierto el secreto de Mario y al intentar obtener para sí mismo, la causa de la invulnerabilidad de su enemigo, para hacer mal uso de ella, había caído víctima de la temible culebra Zumbadora.
Image by kuritafsheen77 on Freepik (Créditos de la imagen de la culebra)