Ciudad de Cusco, Callejón “La recoleta”, cinco minutos antes de las tres de la mañana, Evelyn y yo estamos parados frente al hostal con mismo nombre de la angosta calle, la experiencia previa de que nuestra impuntualidad nos cuesta caro nos tiene despiertos desde las dos y media de la mañana.
Casi no hemos dormido y estamos a la expectativa de la salida, más bien la llegada del vehículo en que nos transportarán a Pitumarca, lugar donde haremos el tour a la Montaña Arcoíris o Montaña de siete colores.
No esperamos mucho, pues como cinco minutos antes de las tres de la mañana aparece por el callejón un muchacho, quien al vernos nos pregunta si somos los señores fulanos de tal, asentimos y nos pide que lo sigamos, pues el vehículo está en una calle cercana.
Subimos al pequeño y confortable autobús, saludamos a los presentes, casi todos con pinta de europeos o norteamericanos, damos los buenos días, los que no van dormidos nos contestan y salimos a recoger a un par de grupos más de turistas antes de abandonar Cusco y enfilar a la nueva aventura.
Recorremos por poco más de una hora y nos bajamos a un comedor que supongo, se especializa en dar de comer a los viajeros de este tour, pues ya hay varios grupos desayunando y hacemos fila junto a nuestros compañeros.
La temperatura del ambiente está muy baja, quizá unos cuatro o cinco grados, pero vamos bien abrigados, además el lugar es cálido y confortable, desayunamos con tranquilidad y aprovechamos para ir al baño antes de continuar nuestro viaje.
Seguimos nuestro itinerario sin acusar mayores malestares, pero cuando llegamos por fin al parqueo desde donde iniciaremos la caminata, nos llevamos la primera sorpresa.
Los guías nos anuncian que hay un sendero hacia el mirador, pero que primero debemos “pasar una pequeña prueba” para ver si decidimos aventurarnos a caminar o si elegimos hacer el recurrido montados a caballo, dirigidos por una guía.
La “prueba” consiste en llegar a la zona alta del parqueo que se encuentra a menos de cien metros del lugar donde estamos parados, a decir verdad, es un trecho muy corto, todavía sin sentir ninguna molestia en particular, considero que es un recorrido muy pequeño y con una diferencia de altura de unos dos metros en una suave pendiente, no termino de hacerme la idea de que eso es una prueba.
Sin embargo, tras dar el primer paso, comencé a sentir el cansancio de una cuesta de cuarenta y cinco grados o incluso más, como si la pendiente fuera tan grande que apenas podía dar más de cinco pasos seguidos, haciendo de tripas corazón llegué hasta el final bastante más cansado de lo que hubiera creído posible, dada la corta distancia que habíamos recorrido, pero decidí que podría caminar la distancia que nos separaba del mirador, unos tres o cuatro kilómetros.
Al llegar al punto de partida, Evelyn declaró que se iba a caballo y más adelante me di cuenta de lo acertado de su decisión.
La montaña de Siete colores, Vinicunca o Winikunka es una formación montañosa en la que sus laderas y cumbres están teñidas por unas franjas de intensos tonos de fucsia, turquesa, lavanda y dorado producto de las diferentes sedimentaciones de arcillas y minerales, dando un espectáculo visual fantástico, que atrae visitantes en forma masiva desde inicios de 2016 cuando comenzó a viralizarse fotografías en Instagram, Facebook, Pinterest, etc..
Se encuentra ubicada en el distrito de Pitumarca, en la provincia de Canchis, a unos cien o ciento treinta kilómetros de la ciudad Cusco, en un viaje que dura poco más de dos horas.
Está a una altura de cinco mil doscientos metros sobre el nivel del mar y por esta razón es que se acusa fuertemente el efecto de la altura en la capacidad pulmonar de sus visitantes, la temperatura a esa hora de la mañana era más o menos de siete grados centígrados, bastante frío, pero subiría conforme avanzara el día hasta unos doce grados, cerca del mediodía, lo que sigue siendo muy frío.
La pequeña prueba de resistencia es el anticipo de lo que le espera al incauto que se encuentre en mala condición física o tenga más de sesenta años con una condición no óptima, ese mismo año (2022) yo había cumplido los sesenta y me sentía con muy buena condición, pero no tardé mucho en desengañarme.
Yo me precio de ser un buen caminante, he recorrido largos trechos y realizado caminatas de mediana dificultad, sin mayores tropiezos, especialmente me considero bueno con las pendientes, caminando hacia arriba es como mejor me desempeño.
El trayecto de la zona desde el parqueo al mirador no es muy largo, quizá unos tres o cuatro kilómetros y tiene una pendiente muy poco pronunciada, normalmente esta distancia la hubiera recorrido en menos de una hora, pero aquí, a esta altura, todo es diferente.
Quise caminar a paso rápido, pero desistí inmediatamente, me quedé prácticamente resollando, por lo que opté la técnica del “pasito a pasito, suave suavecito“, es decir subí los brazos sujetando con las manos la pequeña mochila que llevaba al hombro, agaché la vista y comencé a caminar, dando pasos muy cortos, sobre todo para no hacer mucho esfuerzo al avanzar, tal como hago con una pendiente muy pronunciada, para no cansarme.
Funcionó a medias, pude avanzar, pero igual me cansaba, era el movimiento, el uso de los músculos, el hacer el menor esfuerzo lo que sacaba el aire de mis pulmones y los llenaba de puro agotamiento.
Sin embargo, lo soporté, tomé varias fotos, incluso de alpacas que pastaban tranquilamente alrededor, en una de estas fotos, se puede apreciar a Evelyn que va con suéter rojo, sobre su caballito, tomando videos y fotografías por su lado.
Unos señores, más o menos de mi edad, iban a pocos pasos de mí y logré sobrepasarlos, lo que me alentó mucho, sin embargo, al poco rato fui a mi vez, superado por el grupo de jóvenes que iba en mi autobús y por otros más que seguramente iban llegando, dejando relegados a los que teníamos peor condición física.
Además de mi lento paso, me detenía el ir tomando fotografías del paisaje que es excepcionalmente bello, pero agreste al mismo tiempo.
Según yo iba bastante bien, aunque despacio hasta que la guía de nuestro grupo, que había estado adelantando y regresando para ver cómo estaban sus pupilos, me dijo algo alarmada que la mayoría de nuestro grupo ya había llegado, incluso unos se habían marchado al Valle Sagrado, otro de los destinos, que por fortuna no tomamos.
Faltaba un tramo de unos cien a doscientos metros, para llegar a una especie de estación de descanso, antes de la cuesta final, quizá el único tramo con una pendiente muy pronunciada, pude ver que arriba estaba Evelyn esperándome.
La misma señora que la había llevado a ella en su caballo, se me acercó y me ofreció el viaje del tramo faltante, por una fracción del costo, fracción no tan pequeña en realidad y a instancias de la guía que miraba preocupada mi estado, accedí.
Subí al pequeño caballo e hice ese tramo montado cómodamente, mientras recuperaba el aire, la señora iba de lo más relajada del mundo, sin acusar ningún tipo de cansancio, es increíble la resistencia que tienen, con sus pulmones habituados a esta altura.
Al bajarme, le pagué a la señora, que emprendió el camino de regreso a buscar otro cliente y Evelyn me recibió con un caliente té de coca que apuré profundamente agradecido, mastiqué las hojas y me las hubiera tragado con gusto, pero creo que no se debe hacer y me dio dulces de coca también que chupé acompañado de bebida de coca helada.
Me senté en una sillita plástica que los vendedores de té y productos de coca, llevan a cuestas junto a otras cosas más para que sus clientes descansen, además deben cargar la olla con el té, la leña para el fuego que apenas arde, la mesa y quién sabe qué otras cosas.
Incluso al nivel del mar, me vería en problemas tratando de transportar todo eso por unos cien metros, ya no digamos tres o cuatro kilómetros, esa gente es increíble.
Luego de descansar un rato, emprendimos el tramo final, que son unas gradas, las cuales subimos de cuatro en cuatro.
Subíamos cuatro gradas y descansábamos un rato, luego a seguir, hasta que logramos alcanzar la cima desde donde pudimos apreciar frente a nosotros la maravilla natural de la montaña de siete colores, nos tomamos un montón de fotos, con una llama, con Alpacas, los dos solos y a la montaña misma.
Por suerte al ser de los primeros grupos no había gente en exceso y pudimos tomarnos las fotos y deambular con tranquilidad.
Un pispireto niño nos recibió acompañado de Ricky Martin y Bad Bunny, dos coloridas llamas ataviadas dignamente y luciendo unos coquetos lentes oscuros, luego fueron dos abrazables Alpacas que fueron la adoración de Evelyn, Por último nos tomamos la famosa foto de Instagram con la montaña de colores de fondo.
Me senté un momento en una piedra a descansar, sintiendo un sopor y unas ganas de acostarme a dormir que no podía soportar, cerré los ojos y me quedé como en trance un momento.
Al fondo se veía un tropel enorme de gente que venía subiendo con igual sufrimiento que yo, pero era una cantidad enorme de gente, nos dijeron que los que llegan pasadas las nueve de la mañana tienen que hacer cola de varios metros para tomarse las fotos en las que siempre aparece una enorme cantidad de turistas.
Menos mal que un grupo había ido al valle sagrado, eso nos dio tiempo de sobra para descansar, pero decidimos comenzar a bajar antes que el grupo para no quedarnos tan rezagados.
Esta vez Evelyn no quiso tomar caballo de regreso, “porque ahora es solo de bajada”, sin embargo, para sorpresa nuestra, el descenso resultó ser tan agotador o incluso más que el ascenso, en realidad es el hacer movimientos con el cuerpo lo que lo deja a uno sin aire.
Íbamos como en un calvario, dando unos pocos pasos y descansando un rato, pudimos ver a gente que iba hacia arriba con gran dificultad, tal como iba yo y muchos que se habían quedado sentados y ya no se querían levantar a medio camino.
Cuando estábamos a la mitad, llegó nuevamente la guía para pedirnos que ya no descansáramos, pues todos los otros de nuestro grupo estaban esperando en el bus.
Noté que mucha gente deja pequeños promontorios de rocas apiladas unas sobre otras, ignoro la razón o el significado de esta costumbre, pero vimos muchas, aunque no tuvimos fuerzas para dejar la nuestra.
Sufriendo lo indecible y haciendo de tripas corazón seguimos descendiendo hasta que por fin llegamos al parqueo, localizamos el autobús y nos fuimos al fondo.
Estábamos lastimosamente desparramados en nuestros asientos y todavía me da risa que Evelyn me dijo tras un buen rato de silencio en el que recuperábamos nuestros sentidos.
— Omar, ¡No puedo mover los brazos! ¡No los puedo levantar!
En ese momento no me dio risa pues yo estaba en la misma condición.
— ¡Yo tampoco puedo!
Y el bus se puso en marcha, regresamos a almorzar, casi sin hambre, en silencio, adormecidos, agotados, hasta que nos dejaron cerca del hostal y nos fuimos inmediatamente a acostar.
Llegamos a Cusco todavía temprano como a las dos de la tarde y aunque pensábamos que no nos moveríamos sino hasta el día siguiente, a las cuatro de la tarde ya habíamos recuperado el aliento, las fuerzas y luego de un baño, un café y algo de pan, salimos a nuestro segundo día en Cusco, pero eso lo contaremos en otro post.
Solo quiero anotar que ese día en mi brazalete de salud, marqué al final de la jornada, en la noche, más de treinta y cuatro mil pasos unos trece kilómetros en total, pero la verdad es que menos de la mitad de esa distancia lo había hecho en la montaña de siete colores y ahí me había cansado mucho más.
El sacrificio de esa caminata vale la pena y es compensado con una de las experiencias más grandes e intensas que se pueden vivir, creo que más que visitar Machu Picchu, la caminata en la montaña de siete colores es algo que todos deberían intentar hacer antes de morir o de llegar a los cincuenta años.