La alegría de las redes sociales. Parte 1

La influencer feliz

Celebrar la mediocridad

Disfrutar cada minuto

Internet todavía es un mundo salvaje y peligroso. Todo surge ahí sin jerarquía. La inmensa cantidad de cosas que circulan por la Red es mucho peor que la falta de información.

El auge de los influencers

De don nadie a héroe de multitudes

Recientemente me he creado una cuenta en TikTok, que es una plataforma de videos, la cual por su presentación parece diseñada para la captación de los videos específicamente con las cámaras de los teléfonos celulares.

Su presentación es vertical, justo la que genera una cámara de teléfono y generalmente son muy cortos.

Se parecen a los Reels de Instagram o Facebook, con duración muy breve y con el objetivo primordial de entretener, causar polémica, denunciar o mostrar intimidades de alguien.

Algunos videos son muy útiles, como los que explican cómo hacer ciertas cosas en Excel o trucos de albañilería o carpintería, pero eso dependerá de los contenidos que uno comience a seguir.

La primera vez que la abrí, me aparecieron videos de gente que tienen miles o hasta millones de seguidores haciendo o diciendo toda una sarta de estupideces o ridiculeces, insultando a otras personas o burlándose de ellas, incluso de sí mismos.

No faltaron los videos de jovencitas, tan cortas de edad como sus faldas, bailando provocativamente al son de extractos de lo mejor del perreo regional.

Se auto denominan “creadores de contenido” o “Influencers” y dicen ganar miles de dólares por sus videos. Por lo visto, son un cierto tipo de celebridades de alcance mundial, a veces de duración efímera, a veces consolidados en un estado de fama que los obliga a ser ese personaje a tiempo completo.

En la actual era digital, el panorama de la fama y la influencia de los famosos ha experimentado un cambio radical gracias al alcance omnipresente de las redes sociales. Hubo un tiempo en que dichas celebridades eran ensalzadas por su talento excepcional y su contribución a la sociedad. Hoy en día, sin embargo, ha surgido el término “influencer”, que describe a individuos que se han catapultado de la oscuridad al estrellato basándose en poco más que su habilidad para comisariar contenidos y acumular seguidores. Es un fenómeno curioso que dice mucho sobre los valores y el juicio de la cultura contemporánea.

Podemos poner como ejemplo el caso de cualquier influencer que, no hace mucho, era una persona normal con conexión a Internet y afición por la autopromoción. Con el uso estratégico de hashtags, un montón de “selfies” y algunos momentos virales, ha acumulado miles o incluso millones de seguidores. Su meteórico ascenso a la fama es un testimonio del poder de las redes sociales para transformar a cualquiera en un ídolo moderno, independientemente de sus conocimientos o contribuciones reales a la sociedad.

Seguir, like, seguir, like, seguir…

Esta situación llevó a Umberto Eco a expresarse de manera muy dura y resentida en contra del fenómeno, cuando dijo sobre las redes sociales:

“Le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas” “

Cualquiera puede crear y compartir contenido en redes sociales sin necesidad de pasar por filtros editoriales o de calidad. Esto significa que personas sin formación académica o cultural, pero con habilidades para captar la atención, pueden alcanzar grandes audiencias.

Las plataformas de redes sociales utilizan algoritmos que priorizan el contenido que genera fuertes reacciones emocionales. Las publicaciones polémicas, extremas o provocativas tienden a generar más interacciones (likes, comentarios, compartidos), lo que aumenta su visibilidad. Estos algoritmos no distinguen entre contenido de alta calidad y contenido superficial o incendiario, siempre y cuando genere interacción.

Irónicamente, muchas de estas personas influyentes se han convertido en iconos a pesar de ofrecer un valor cuestionable a la sociedad. Por ejemplo, los que promocionan productos sanitarios de dudosa calidad o propagan tendencias sin fundamento. Sus recomendaciones tienen peso, no por sus credenciales profesionales, sino por su popularidad en Internet. Esta tendencia ha levantado ampollas, dando lugar a un debate más amplio sobre los criterios de influencia y el impacto social de la elevación de tales figuras.

Estas plataformas han fomentado una cultura donde lo que importa es el entretenimiento y la capacidad de captar la atención, aunque sea por medios negativos. Personas que hacen declaraciones controvertidas o actúan de manera exagerada pueden volverse virales rápidamente.

TikTok, Twiter, Facebook, Youtube, Instagram y otras plataformas similares tienden a crear “cámaras de eco” donde los usuarios se ven expuestos principalmente a contenido que refuerza sus propios mitos y creencias. Esto puede amplificar voces extremas y fanáticas, ya que encuentran una audiencia receptiva y afín que comparte y difunde sus mensajes.

¡Odio! ¡Odio! ¡Odio!

De esta manera el odio se expande sin control por toda la aldea global que vaticinó Mcluhan, incendiando el ciberespacio con llamaradas de fanatismo, racismo, fascismo y todo el abanico de “ismos” que hemos logrado crear a lo largo de la historia humana.

En muchos casos, las redes sociales han permitido a individuos con carisma y capacidad de entretener, aunque carezcan de profundidad o conocimientos, convertirse en “influencers”. Estos individuos a menudo logran grandes seguimientos gracias a su habilidad para conectarse emocionalmente con su audiencia, incluso si el contenido es superficial.

En la economía actual, la atención se ha convertido en una moneda valiosa. Y precisamente, las redes sociales recompensan a quienes logran captarla, independientemente de la calidad del contenido. Esto ha llevado a un enfoque en la cantidad de visualizaciones y seguidores, en lugar de la calidad del contenido.

Muchas plataformas permiten la monetización del contenido a través de publicidad, patrocinios y donaciones. Esto incentiva a los creadores a generar contenido que maximice la visibilidad y el engagement (compromiso de los fans), lo que a menudo se logra a través de tácticas sensacionalistas.

Resulta paradójico que, en una época de acceso sin precedentes a la información y el conocimiento, sean a menudo los proveedores de mediocridad los que acaparen la imaginación del público. Las redes sociales han democratizado la fama, pero ¿qué dice de nosotros que idolatremos a aquellos cuyo principal talento es la autopromoción?

Este cambio cultural impulsado por las redes sociales altera la escala de valores de la sociedad y degrada la calidad de los modelos que elegimos para encumbrar.

Pero nos topamos con un muro que parece infranqueable para quienes desean poner un poco de pensamiento en todo ese océano de likes y unlikes, la masificación absoluta de la necesidad de gratificación inmediata que dan todas las redes sociales.

No nos queda más que terminar con otra cita del inolvidable filólogo y escritor italiano.

Internet es un peligro para el ignorante porque no filtra nada. Solo es buena para quien ya conoce y sabe dónde está el conocimiento. A largo plazo, el resultado pedagógico será dramático. Veremos multitudes de ignorantes usando Internet para las estupideces más diversas. juegos, conversaciones banales y búsqueda de noticias irrelevantes”.

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