La alegría de las redes sociales. Parte 2

REdes

Académicos y cultura

Las desafortunadas víctimas

En el mundo hiperconectado de hoy, el auge de las redes sociales ha jugado un papel crucial en elevar a la fama a personas carentes de principios, educación y cultura como personajes influyentes.

Las sensaciones virales han ensombrecido al mundo académico y el enriquecimiento cultural. Los antaño célebres ámbitos del rigor intelectual y la apreciación cultural han quedado cada vez más relegados a un segundo plano, sustituidos por la búsqueda de likes, shares y followers. Parece que el atractivo de las redes sociales ha reconfigurado las prioridades de la sociedad humana, relegando a la periferia las búsquedas de conocimiento académicas y la profundidad de la investigación cultural.

Pensemos en el interés decreciente por los contenidos educativos. La búsqueda del conocimiento, antaño piedra angular del crecimiento personal y social, compite ahora con un sinfín de mensajes triviales y a menudo sin sentido. Este cambio es especialmente preocupante cuando se observa el impacto en las generaciones más jóvenes.

En lugar de aspirar a ser científicos, artistas o eruditos, muchos sueñan ahora con convertirse en la próxima gran estrella de las redes sociales. El atractivo de la fama instantánea y la validación superficial ha eclipsado la gratificación que proporcionan los logros intelectuales y culturales.

La influencer feliz

Además, este fenómeno no se limita a los no iniciados. Ni siquiera las instituciones antaño dedicadas al avance del conocimiento son inmunes. Las universidades y las organizaciones culturales se sienten obligadas a adaptarse, a menudo diluyendo sus contenidos para ajustarlos a los gustos efímeros de las redes sociales. Las conferencias académicas y las exposiciones culturales se adaptan cada vez más a las redes sociales en lugar de provocar el pensamiento y la reflexión. La carrera por la viralidad ha socavado, en muchos sentidos, la esencia misma de estas instituciones.

Las consecuencias son de gran alcance. A medida que disminuye el interés del público por los contenidos educativos y culturales, también lo hace el apoyo a estos pilares fundamentales de la sociedad humana. La financiación de la investigación académica y las iniciativas culturales disminuye, privando a la sociedad de avances y enriquecimiento que reportan beneficios a largo plazo. Se ha pasado de fomentar una población bien informada y equilibrada a cultivar una generación que mide el éxito en hashtags y retweets.

Umberto Eco, un crítico de la banalidad en internet en uno de sus artículos, rescatado en el libro “De la estupidez a la locura” nos dice:

Cuando yo era joven, había una diferencia importante entre ser famoso y estar en boca de todos. Muchos querían ser famosos por ser el mejor deportista o la mejor bailarina, pero a nadie le gustaba estar en boca de todos por ser el cornudo del pueblo o una puta de poca monta…

No se puede exagerar lo absurdo de la situación. Celebramos la mediocridad y la trivialidad mientras hacemos la vista gorda al rico tapiz de conocimiento y cultura que ha definido durante mucho tiempo a la sociedad humana. Al hacerlo, corremos el riesgo de perder los elementos que hacen que nuestro mundo sea vibrante e intelectualmente estimulante. Sin duda, debe haber un equilibrio, una forma de apreciar la alegría de las redes sociales sin sacrificar lo profundo y lo significativo.
El culto a la mediocridad: Celebrar la media

En el ámbito de las redes sociales ha arraigado un fenómeno peculiar: la glorificación de la mediocridad. Plataformas como Facebook, Twitter e Instagram se han convertido en escenarios donde se recompensa y amplifica el contenido ordinario, a menudo trivial. Esta celebración de lo mundano ha creado una cultura en la que la mediocridad no sólo se acepta, sino que se apoya con entusiasmo. Basta con echar un vistazo a las sensaciones virales de los últimos años para ver esta tendencia en acción.

Consideremos el caso de los retos virales, como el “Ice Bucket Challenge” o el “Mannequin Challenge”. Aunque estas actividades consiguieron una participación masiva y lograron concientizar sobre diversas causas, también personifican la elevación excesiva de lo banal. A menudo, los participantes no aportan más que unos segundos de tibio entretenimiento y, sin embargo, estos actos reciben millones de “me gusta”, “compartidos” y comentarios.

Sin embargo, hay algunos de estos retos que son peligrosos y atentan contra la integridad física de quienes los ejecutan, como el caso de dos niñas que se ahorcaron en Zacatecas, México por hacer un reto viral del desmayo, un joven ecuatoriano terminó con las piernas quebradas al dejarse caer desde una gran altura. Del mismo modo, los memes de humor simple, a menudo sin sentido, se convierten en sensaciones de la noche a la mañana, a pesar de su falta de contenido sustantivo.

Esta tendencia se extiende a las personas influyentes y a los creadores de contenidos que consiguen un gran número de seguidores a través de actividades cotidianas. Publicando lo que han desayunado, sus rutinas diarias de cuidado de la piel o sus mundanas salidas de compras, estas personas adquieren el estatus de celebridades por mostrar los aspectos más rutinarios de la vida. El mensaje es claro: en el mundo de las redes sociales, lo ordinario es lo nuevo extraordinario.

«En el mundo del futuro (se parecerá al que ya se está configurando hoy) esta distinción habrá desaparecido; se estará dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que le «vean» y «hablen de él». No habrá diferencia entre la fama del gran inmunólogo y la del jovencito que ha matado a su madre a golpes de hacha, entre el gran amante y el ganador del concurso mundial de quién la tiene más corta, entre el que haya fundado una leprosería en África central y el que haya defraudado al fisco con más habilidad.
Valdrá todo, con tal de salir en los medios y ser reconocido al día siguiente por el tendero (o por el banquero).»

Umberto Eco – De la estupidez a la locura

Las implicaciones para la sociedad humana son de gran alcance. A medida que las plataformas siguen dando prioridad y premiando los contenidos que apelan al mínimo común denominador, se rebajan los estándares de lo que se considera valioso o digno de mención. Esta normalización de la mediocridad puede conducir a una devaluación del talento y los logros genuinos, fomentando un entorno en el que la búsqueda de la excelencia se ve eclipsada por el atractivo de la aprobación generalizada, aunque superficial.

En una cultura dominada por lo efímero y lo frívolo, resulta irónico pero revelador que las figuras más célebres sean a menudo las que ofrecen las contribuciones menos sustanciales. Esto refleja un cambio social más amplio hacia la valoración de la gratificación inmediata por encima de los logros a largo plazo, lo que en última instancia modifica nuestras expectativas y aspiraciones colectivas.

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