Ra y el comienzo de todo (o casi todo)
En el principio no había nada.
Ni tierra. Ni cielo. Ni café.
Solo un charco infinito llamado Nun.
Era agua, pero no la que da sed. Era la que da ansiedad existencial.
Allí flotaba la nada. Y lo hacía muy bien.
De repente, una islita emergió de la sopa. Así, sin pedir permiso.
Y sobre ella, como si fuera el primer invitado a una fiesta que no empezó, apareció Ra.
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Ra: el dios con mucho tiempo libre
Ra tenía poder. Todo el poder, en realidad, demasiado poder.
Podía convertirse en cualquier cosa. Pero la mayoría del tiempo era un pájaro. Le gustaba ser pájaro y decía.
La forma de pájaro te da libertad, elegancia… y se limpia menos que otras formas.
Además, tenía un poder con el que podía hacer su truco favorito: lo que nombraba, existía.
Así que empezó un día que estaba aburrido de estar solo comenzó a hablar.
Y el universo, bueno, se fue armando como si fuera una sesión masiva de Minecraft o mejor aún, de Infinite Craft.
—Al amanecer me llamo Khepri, al mediodía Ra y al atardecer Atum”. —dicho esto, el sol apareció por primera vez iluminando la oscuridad.
Khepri se elevó sobre el horizonte hasta ser Ra y al atardecer Atum descendió para volver a ocultarse.
—“Que haya viento.” —pensó y dijo — ¡Shu!
Y apareció el viento, con cara de que no le habían avisado que venía.
—“Que haya lluvia.” —pensó luego y dijo — ¡Tefnut!
Y la lluvia se deslizó como alguien que llega tarde, pero con estilo.
—“Que haya tierra.” —pensó y dijo — ¡Geb!
Y boom. Apareció la tierra, extendiéndose por todos lados.
Al ver la tierra colindando con el mar pensó que hacía falta algo que lo complementara.
—“¿Qué tal, un cielo bonito para acompañarlo?” — y dijo — ¡Nut!
Y ahí vino Nut, toda elegante, curvándose sobre Geb como quien juega Twister con una buena amiga. Creando un hermoso cielo azul apto para poetas y enamorados.
Ra estaba encendido, “on fire” como se diría en nuestro tiempo.
Nombró al Nilo: Hapi entró en escena, regando todo sin preguntar.
Nombró a los humanos: aparecieron enfiestados y con copas de vino.
Nombró hasta el perejil, porque ya que estaba en eso…
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El dios que quiso ser rey
Ra vio su creación y se regodeó en ella. Vio la tierra, el cielo, las cosas y a los humanos. Los vio labrar la tierra, reír, hacer vino, beber, más risas. Los vio hacer muchas cosas divertidas que él no hacía. Por lo tanto, decidió ponerse en forma humana y se volvió rey. Había nacido:
¡El primer faraón!
Todos lo amaban. Lo adoraban. Lo dibujaban en jeroglíficos y se lo tatuaban en lugares muy poco discretos.
Las cosechas eran buenas. Las leyes eran claras.
Y él, bueno… se iba haciendo viejo.
Porque si vas a jugar a ser humano, tienes que aceptar las arrugas, los dolores de espalda y las molestias del estómago.
Y así, con los siglos, Ra empezó a temblar.
A balbucear.
A babear un poco.
A olvidarse de las cosas y hacer tonterías.
Y la gente, como buena gente, se burló.
—“Mira al viejito sol.”
—“Ya no sabe ni para donde va” —decían entre risitas.
No se rieron mucho después de eso.
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Sekhmet y su primera chamba
Ra, dolido (y con el ego arrugado), llamó a sus dioses-amigos.
Shu, Tefnut, Nut, Geb y Nun.
Todos trajeron consejo. Uno más homicida que otro.
—¿Nun, que opinas?:
—“¿Por qué no los matas a todos?”
—“Yo apoyo a Nun” —dijeron casi al unísono los demás.
Ra, que ya estaba bastante irritado, dijo:
—“¿Por qué no?”
Y de su ojo (sí, del ojo), sacó a Sekhmet, una diosa leona con Síndrome Premenstrual Cósmico y mucha sed de sangre.
—“Hija, he sido ofendido por algunos hombres”
—“¿Quiénes se atrevieron a eso padre?”
—“Aquellos que están por allá”
—“Yo te vengaré, padre”
Y Sekhmet… disfrutó su trabajo.
Mucho.
Demasiado.
Los hombres que se habían burlado de Ra. Huyeron, corrieron a esconderse. Gritaron, lloraron y clamaron por piedad. Sekhmet rugía, mataba, reía y bebía la sangre como si fuera vino en una Fiesta de la Vendimia.
—“¿Ya me vengaste, verdad hija?”
—Nomás me faltan todos aquellos
—Pero… Esos no se burlaron de mi
—No, pero se reían por lo bajo. ¡Yo los vi!
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Cómo detener a una diosa homicida
Ra, viendo que quizá se le fue la mano con la diosa asesina, pensó:
—“Quizás matar a todos no fue tan buena idea.”
Entonces al verla en modo berserker, se dio cuenta de que tampoco sería buena idea decirle que se detuviera. Entonces ideó un plan que no lo pusiera en la mira asesina de su creación:
– Cerveza.
– Tinte rojo.
– ¡Sorpresa!
Preparó 7,000 jarras de cerveza con color sangre.
Sekhmet se la encontró.
La olió.
Pensó:
“¡Buffet libre!”
Y bebió.
Bebió.
Y bebió hasta quedarse dormida.
A la mañana siguiente, le dolía la cabeza. No recordaba ni su propio rugido. Hasta la más leve luz le daba campanadas en su cerebro.
Ra la miró y dijo:
“Ya no serás Sekhmet, la sanguinaria.
Ahora serás Bastet, la dulcísima.
Gatita buena. Gatita linda.”
Y así nació la diosa del amor, los perfumes, los abrazos, y los memes de gatos.
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Una serpiente, un escupitajo y una diosa demasiado lista
Geb se casó con Nut y tuvo hijos. Así nacieron Isis, Osiris, Neftis y Seth. Isis era la más sabia de todos ellos. Isis conocía todos los secretos del cielo y de la tierra, bueno, casi todos.
Ahora, lo del nombre secreto de Ra es otro rollo.
Porque Ra, como todo viejo que llega a una edad avanzada, era precavido. No en balde los viejos sobreviven a la vida.
Sabía que quien conociera su verdadero nombre tendría poder sobre él.
Pero Isis, que era la diosa nerd del grupo, quería ese nombre.
No por maldad. Solo porque no soportaba no saber algo.
Y cuando Ra, el abuelo brillante, escupió en el suelo, ella recogió su saliva, hizo una serpiente de barro y la dejó en el camino.
Ra pasó arrastrando los pies.
¡Zas! Mordida.
—¡Ay! ¡Por la gran…!
Gritó como cualquier mortal con una uña encarnada y chorreando sangre.
Y los dioses, en pánico, corrieron.
Isis fingió sorpresa:
—“¿Te ha mordido una serpiente de las que creaste?”
—Me ha mordido una serpiente que yo no he creado. No puedo dejar de temblar y un fuego me quema por dentro.
“¿Te ha mordido una serpiente… que tú no hiciste? ¡Qué raro!”
Dijo ella poniendo carita de programador escuchando a un usuario que le dice que el sistema no le funciona.
Y luego, dulcemente le dijo a Ra:
“Dime tu nombre secreto, papi. Yo te curo con mis poderes mágicos.”
Ra farfulló todo su currículum divino y añadió.
—Yo soy Khepri por la mañana, Ra al mediodía y Atum al atardecer.
Isis levantó una ceja.
“Sí, sí… eso lo sabe hasta el jardinero del templo.
Dame TU nombre secreto, no el de LinkedIn.”
Finalmente, vencido por el dolor, Ra lo susurró.
Pero con un Non-Disclosure Agreement Celestial:
“Solo tú, y Horus, el futuro hijo que tendrás. Nada de TikTok ni X, mucho menos Insta.”
Isis sonrió, como Samsa Stark luego de soltarle los perros a Ramsay, hizo un hechizo y esperó.
La serpiente desapareció con todo y veneno.
Y Ra… bueno, hizo uso de su plan de retiro voluntario y renunció.
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El dios pensionado
Ra se subió a su barca solar, y desde entonces navega por el cielo,
huyendo de la vejez y de las serpientes mágicas.
Cada mañana renace.
Cada noche muere.
Pero siempre vuelve.
Porque eso hacen los buenos dioses. Y los soles testarudos.