La lectura no ha sido una prioridad para los salvadoreños, por lo menos no lo ha sido desde hace unos cincuenta años, pues es más o menos el tiempo del que yo tengo recuerdo y cuando niño no era precisamente muy pupular por leer mucho.
Pero si estoy seguro de que entonces se leía más, pues no teníamos tantos distractores como hoy en día, la televisión solo emitía a partir del medio día, durante dos horas y luego desde las cinco de la tarde hasta las diez de la noche.
La radio si se convertía en un medio masivo de educación permamente, pero habían programas más literarios al aire, existían radionovelas que se basaban en algunos libros y la mayor parte de programas de este tipo tenían una línea argumental bastante sólida, constituyéndose en algunos casos en auténticos podcast o incluso en lo que hoy conocemos como audiolibros.
De tal manera que la gente contaba con adquirir cierta cultura, escuchando radio, además el Almanaque Bristol era obligatorio en cada hogar, aunque sea para leer la tragicomedia en seis cuadros, que era mi parte favorita.
Aprendí a leer gracias a la paciencia de mi madre que se anticipó a la escuela y me enseñó los rudimentos de la lectura a los seis años, de manera que al llegar a primer grado a la edad de siete años, ya leía perfectamente y esto me valió el reconocimiento de mis profesores y el escarnio de los compañeros, que me catalogaron como un auténtico ñoño, pero más de alguno se vio influido por mi afán de lector y se integró al extraño pasatiempo de la lectura.
Otra cosa que influyó mucho fue que mi padre padecía del trastorno lector y era un bibliófilo incorregible, compraba libros, los leía y los dejaba disponibles para nuestro fisgoneo, curiosamente eran las obras de Julio Verne las que se quedaban abandonadas en las mesas de la casa y de ver las portadas, me entraba la curiosidad, poniéndome a hojear los libros, pero sin animarme a leerlos.
Casualmente uno de esos libros era “Veinte mil leguas de viaje submarino” y por entonces vi la película homónima protagonizada por Kirk Douglas, lo recuerdo porque este actor le encantaba a mi mamá y al darme cuenta de que esta película se basaba en el libro que había andado rodando por las mesas de la casa, me aventuré a leerlo.
Era una edición algo sencilla, de bolsilibro, imagino que resumida, pero me pareció una cosa espantósamente larga, sin embargo me pudo más la curiosidad por saber si la película era igual al libro y logré terminarlo luego de varios meses.
Ahí quedé enganchado de por vida con Julio Verne, autor del cual me leí todo lo que se puso en mis manos, incluso el año pasado o antepasado me leí “La Esfinge de los Hielos”, del que hablaré en otro post.
Creo que hoy se tienen mejores herramientas y ganchos para inculcar la lectura que en mi época, puesto que hay muchas películas y series que se basan en libros, infantiles y juveniles que pueden servir de aliciente.
Para un niño de once o doce años que ha visto los filmes de Harry Potter, será algo fácil despertarle la curiosidad por leer los libros y retarlo a que encuentre diferencias entre la película y el libro correspondiente, como una cosa lleva a la otra, al poco tiempo podría quedar enganchado y pedir los otros de la saga completa, de hecho mi hijo se los leyó todos de esta manera.
Tambien funciona el dejar libros infantiles y juveniles en las mesas de la casa, esto causa curiosidad, pues son artefactos que siempre están “encendidos”, no se descargan y son fácilmente manipulables, sobre todo si tienen buenas ilustraciones,
Otra cosa es que nosotros leamos enfrente de ellos o que les leamos, si nos miran leyendo constantemente, se pregunrarán, qué tiene eso de divertido y en algún momento lo intentarán.
Hay que tener sobre todo literatura. Puede ser que nosotros leamos mucho libro técnico o de temas serios, pero casi nada de literatura pura (novelas, cuentos, poesía), hay que hacerlo pues es un modo de separarnos del diario trajin y sumergirnos en una placentera aventura leyendo, a un niño no le llama atención para nada un libro que diga “Los quince habitos de un super administrador” o “Convierta sus pensamientos en Dinero”.
No confundamos libros de enseñanza, colorear, sopas de letras, juegos de palabras con un buen libro de cuentos, aventuras, historias, los libros de aprendizaje son extensiones escolares, no se inculca el amor por la lectura con ellos.
No obligar a lo niños a leer, esto debe nacer de ellos mismos, nunca impuesto, ya vendrán las obligaciones en la escuela, pero si llegan con la constumbre hecha no necesitarán ir a buscar los resúmenes a internet, se tomarán la tarea de leer por placer, porque como todo hábito, leer es una actividad que difícilmente se deja de hacer una vez se le encuentra el gusto.