En medio del vasto océano Atlántico, un barco solitario surcaba las aguas oscuras y misteriosas. El nombre de la nave era el “Valiente Esperanza”, un velero de tres mástiles que había sido testigo de innumerables travesías a lo largo de los años.
El “Valiente esperanza” había zarpado del Muelle de Luz, ubicado en el puerto de La Habana, un 12 de junio de 1923 con viento favorable y nada presagiaba el terrible destino que se le deparaba a la pequeña embarcación.
En su interior, la tripulación de diez hombres iniciaba una travesía que los llevaría desde las soleadas Antillas hasta la costa de África, en busca de riquezas exóticas y aventuras desconocidas.
El capitán del barco, Samuel Thorne, era un hombre curtido por las vicisitudes de la vida en alta mar. Tenía la mirada de quien había vivido muchas cosas terribles en sus viajes y había sobrevivido para contarlo.
Desde el principio del viaje, sucedían cosas extrañas. Una bruma tenue pero persistente ahogaba la luz del sol y mantenía el océano y el cielo en un tono gris que no sugería otra cosa que misterios más allá de lo imaginable.
Un desasosiego profundo invadía a todos a bordo, como si el océano mismo les susurrara secretos oscuros. Escuchaban voces en las noches de guardia, susurros que no parecían tener origen humano. Miraban sombras y formas moviéndose en las penumbras, criaturas que no debían existir.
La tripulación estaba inquieta y nerviosa, sus rostros reflejaban el miedo que se apoderaba de ellos. El capitán del barco, Samuel Thorne, sabía que algo no estaba bien, pero no podía identificar la fuente de la perturbación.
— Capitán, ¿ha notado esas luces bajo la superficie del agua? — preguntó el joven marinero, Thomas, con una expresión de temor en su rostro.
— Aye, Thomas, he visto esas luces — respondió el capitán Thorne con solemnidad. — Son ojos, ojos que nos observan desde lo más profundo del océano. Pero no debemos prestarles atención. Son solo ilusiones de la mente”.
En las noches, los murmullos incomprensibles y los susurros se volvían más audibles, llenando el aire con una inquietante cacofonía. Otro de los marineros, Peter, se acercó al capitán, pálido como un fantasma.
— Capitán, algo nos está hablando desde el agua, palabras que no entiendo, pero que parecen llevar consigo un mensaje maligno — balbuceó Peter.
El capitán asintió y miró al horizonte oscuro.
— El océano tiene su propia lengua, y a veces sus palabras no son amigables. Mantén la guardia, Peter, y no dejes que el miedo te consuma.
Una noche, mientras el barco se encontraba atrapado en una calma chicha, la situación alcanzó su punto crítico. Una oscuridad impenetrable envolvió la nave, y los murmullos y susurros se intensificaron, como si el mismo océano estuviera hablando en una lengua antigua y desconocida.
Se desató una fuerte tormenta que zarandeó sin misericordia al velero, el viento arremolinaba en torno al mástil central, una neblina de un gris tan oscuro, que parecía negra y desde lo profundo del mar parecía salir un siseo profundo que en una arcana lengua sonaba algo así como.
— ¡As tar hasss, baal durrr!
— ¡As tar hasss, baal durrr!
Pero nadie acertaba a comprender lo que les estaba diciendo, la tripulación se congregó en cubierta, mirando con temor hacia las aguas oscuras.
— ¡Capitán, algo se acerca desde las profundidades! — exclamó uno de los marineros, señalando hacia el abismo.
Desde esas terribles profundidades emergió una criatura inenarrable, una masa amorfa y gelatinosa con tentáculos serpenteantes.
— ¡Dios mío, ¿qué es eso?! — gritó Thomas quien estaba al límite de su resistencia.
El capitán Thorne, con voz trémula y el rostro desencajado, dijo:
— No lo sé, pero debemos luchar por nuestras vidas. Preparad los cañones y preparar los arpones. ¡Luchad como nunca antes lo habéis hecho!
La batalla fue feroz, pero la criatura parecía indestructible. Entonces, en un último y desesperado acto, el capitán Thorne invocó a un antiguo dios del mar.
— ¡Dios del océano, escucha mi súplica! ¡Libéranos de esta pesadilla!
Un rayo cayó desde el cielo sobre la horrenda criatura en haciendo que profiriera un alarido espantoso que heló la sangre de la tripulación e hizo que se desvaneciera en un remolino de aguas oscuras.
Pero la victoria fue efímera. El rayo divino, aunque detuvo a la bestia, antes de ser abatida, con sus tentáculos había dejado al “Valiente Esperanza” gravemente dañado y la tormenta se intensificó, rompiendo el mástil principal y dejando al barco a merced de las olas.
— ¡Estamos condenados! — gritó uno de los marineros mientras las olas engullían el barco.
El capitán Thorne miró con resignación la furia del mar.
— Así es, amigos, parece que nuestro destino está sellado. Que los dioses del océano tengan piedad de nuestras almas.
El “Valiente Esperanza” se hundió en medio de la tormenta, arrastrando consigo a la tripulación y al capitán Thorne hacia las profundidades abismales.
El mar, indiferente y voraz, devoró al velero, y la noche se llenó de lamentos ahogados y gritos de desesperación. Las aguas se cerraron sobre el barco y su tripulación, y el océano Atlántico reclamó para siempre sus secretos y sus almas.
Mientras el barco se hundía, un chico joven llamado David, que había logrado aferrarse a un barril, luchaba por su vida. Finalmente, las aguas lo arrojaron a la deriva. Estaba delirando y exhausto cuando un barco mercante lo encontró, flotando en medio del océano.
David fue rescatado y llevado a la seguridad del barco mercante, donde, entre delirios, comenzó a relatar la historia aterradora del “Valiente Esperanza”. Su relato dejó a la tripulación del barco mercante atónita, mientras David, con los ojos llenos de horror, decía:
— La criatura, los ojos, el capitán… todos se perdieron en el abismo. ¡Tenemos que advertir a los demás sobre lo que acecha en las profundidades!
Los miembros de la tripulación del barco mercante escucharon con inquietud las palabras de David, sin saber si creer o no en su relato. Pero el temor en sus ojos y su estado de agotamiento eran evidentes.
La historia del “Valiente Esperanza” y su trágico destino se convirtió en una leyenda marítima, transmitida de boca en boca en los puertos de todo el mundo, mientras David, el joven sobreviviente, testigo atormentado de los horrores del océano Atlántico, condenado a cargar el peso de esa experiencia aterradora por el resto de su vida, nunca volvió al mar, pues sabía que algo maligno lo esperaba para terminar lo que dejó inconcluso.
David, se refugió en un monasterio en donde trató de vivir una vida tranquila y libre de las preocupaciones mundanas, pero en las noches de tormenta, se despertaba en medio de febriles delirios y cuando el viento golpeaba su ventana y desde la lejanía en dirección al mar escuchaba horrorizado estas palabras.
— ¡As tar hasss, baal durrr!