Por abate Brasseur de Bourbourg
Yo he oído – dice- durante mi permanencia en Centro América los maravillosos romances de que se compone la leyenda popular, con el mismo cuidado que las tradiciones históricas de que abundan aquellos países.
El Lago de Xilopango (así como otras fuentes de su género, tan numerosas al pie de los volcanes) había sido consagrado primitivamente a los genios de las aguas.
La antigua Nación de los Toltecas, cuyos restos se dispersaron, en el duodécimo siglo por diversas regiones, había llevado allá , con su civilización, las numerosas divinidades a las cuales rendía un culto supersticioso.
Tlaloc era adorado en México como el Dios del Rayo y de la Tempestad que precede a la lluvia fecundadora; su mujer Xochiquetzal, llamada en Tlascala Malacuaya, o la Señora del Vestido Azul, participaba en sus honores, y a ella era a la que particularmente redían homenajes muchas comarcas de la américa central.
Cada año en la época en que las milpas o plantíos de maíz estaban ya para sazonar, se hacía a la Diosa el sacrificio de cuatro mujeres jóvenes elegidas entre las familias más nobles del país; se les adornaba con trajes de fiesta, se les coronaba de flores y se les conducía en ricas andas a la orilla de las aguas sagradas, donde se hacía el sacrificio…..
En Xilopango ya no se sacrificaban las cuatro jóvenes a la Diosa de las aguas, pero se dice generalmente que cada año, en la época citada, se le ofrece un niño sin bautizar.
Yo ignoro si lo arrojan al agua; pero se asegura que colocan a la entrada de una gruta, sore el lago; que la Diosa, saliendo de las ondas en la figura de una hermosa mujer, con cuerpo de serpiente, lo levanta y lleva al fondo del abismo.
Ne gátka ne cuxculéteket sexsé síuit gipalciuíat sé ni munamiktixtíuti: kuák yáuit gipíat se im píltsin áctu.
«En el pasado los viejos ponían mucha atención a los recién casdos: Tenían que saber cuándo les iba a nacer su primer hijo.
Yáxa ne ginégit, palyáuit yasxkáuat, kan némit ne tepéua, ne gíkuit ne kúnet.
«El primogénito, era el que necesitaban, para llevarlo allí donde vivían los Muchachos de la Lluvia, allá lo llevaban y lo sentaban.
Con la curiosidad de observar este hecho, bajé a la orilla del lago. Tomé una canoa, que estaba sujeta al tronco de un árbol y dos indios me condujeron. Yo les hablé de las tradiciones del país, haciéndoles beber un vaso de aguardiente refinado. Ellos suspiraron, mirándome y sacudiendo la cabeza, porque es raro que respondan inmediata y francamente a esta especie de preguntas.
Firme en mi objeto, les pregunté si era verdad que se había ofrecido el año anterior una víctima a la Mujer Serpiente.
— ¿Por qué no? — Me contestaron
Puesto que era el único modo de obtener cosechas, ¡Y la última había sido tan buena!
— El año precedente hubo hambre, y la causa ha sido el haber despreciado a la Señora de la Laguna…
(Abril de 1857)
Publicado en La prensa Gráfica 1972