Luego de viajar por segunda noche consecutiva en autobús, llegamos desvelados, cansados y con frío a Cusco, capital histórica de Perú, herencia cultural del mundo y “ombligo del mundo”, ciudad que es monumento histórico y patrimonio de la humanidad.
Pero en esos momentos, poco antes de las 6:00 am, no era más que un lugar desolado, frío y desconocido para nosotros al que entrábamos, quien sabe por dónde y mientras recorríamos las solitarias calles de la enorme ciudad, ubicada a 3,400 m.s.n.m., y en el incómodo asiento del autobús, nos desperezábamos de un mal dormir.
Desde las 10 de la noche del día anterior, saliendo de Puno, con una temperatura casi a punto de congelación, habíamos viajado e intentado dormir sin éxito en el vehículo en marcha, sobresaltados cada vez que el motorista brincaba sobre un túmulo de cemento sacudiéndonos sin misericordia, así transcurrió una larga noche y al filo del amanecer, llegamos a la capital del imperio INCA.
Nos dejaron a un lado de la Plaza de Armas, casi frente a Catedral y de ahí, cerca estaba nuestro hostal, la “Casona la Recoleta”, que había reservado previamente y en donde pasaríamos los siguientes tres días.
Llegamos fácilmente al hotel, pues la gente de Perú Hope sabía donde nos íbamos a hospedar y nos dejaron como a unos 100 metros del hostal, que es una casa vieja de Cusco, ubicada en una estrecha callejuela llamada homónimamente, “La Recoleta”, muchas calles de Cusco son así de estrechas, la casa ha sido acondicionada como Hostal, con habitaciones muy confortables, como mini apartamentos y en esos momentos, lo que más me gustó es que pudimos hacer el Check In poco antes de las seis de la mañana, cuando lo normal en los hoteles, es que se haga hasta después del mediodía.
Por esta razón, logramos ocupar nuestra habitación desde que llegamos y así intentar descansar un rato del largo y sufrido viaje, tomando una rápida ducha caliente, un frugal desayuno, comíendonos un pan que llevábamos y haciendo café con la bonita cafetera que era parte de la habitación, luego, nos acostamos a reposar con total tranquilidad para hacer más tarde nuestro primer recorrido por Cusco.
En realidad, no dormimos profundamente, pero descansamos lo suficiente por unas dos o tres horas, así que a eso de las nueve de la mañana salimos del hostal con la idea de buscar la plaza de armas para ver qué de interesante podría tener la mítica ciudad inca.
Lo primero que hicimos fue llegar a la plaza de armas y tomar algunas fotografías, luego nos llamó la atención el museo textil de Máximo Laura, quien es un renombrado artista tejedor peruano, que, por recomendación de la UNESCO ha sido nombrado “Tesoro Humano Vivo Nacional” del Perú, en reconocimiento a su dedicación al arte textil y ancestral de su tierra.
En el museo se pueden apreciar hermosas muestras de tapices peruanos contemporáneos fruto de su creación, así como exhibiciones en vivo del proceso de tejido, de la mano de algunos de sus estudiantes.
En su sitio web, explican ” Laura bebe de muchas fuentes de inspiración, como la cultura Chavín, que es expresiva y totémica; Paracas que es colorida y fuerte; Nazca y Huari por sus formas geométricas; y Chancay por su sobriedad y espíritu lineal.”
Son muestras textiles muy hermosas y coloridas, que se exhiben como si fueran cuadros pintados a mano, en estos pasillos, nos dedicamos largo tiempo a recorrer el museo, sentándonos a descansar para seguir con la visita que nos maravilló plenamente, supimos que algunos de esos tapices están en venta con precios que oscilan entre los 1,500 dólares y más de 10,000, como el caso de un tapiz llamado “Solsticio”.
Salimos del museo y nos fuimos directamente al Museo de vida monástica, Monasterio de Santa Catalina que está ubicado enfrente del Museo Máximo Laura y muy cercano a la plaza de armas.
Este convento fue construido en el año 1601, y ha sido declarado Patrimonio Cultural de la Nación, como casi todos los edificios de Cusco y tiene como particularidad que conserva algunas secciones de muros Incas originales, es decir que las paredes fueron construidas por los incas, antes de ser ocupado por los españoles que, sobre la construcción original, levantaron el convento.
El museo tiene un área de tesoros arqueológicos, pero además contiene recreaciones de la vida monástica de la época colonial, con lugares, claustros e imágenes de las monjas en diversas facetas de su vida religiosa.
Estuvimos ahí casi por dos horas y terminamos la visita un poco a la carrera, pues es tanta la variedad de tesoros artísticos que ofrece un solo sitio, que me doy cuenta de que Cusco es una ciudad que debe visitarse durante una semana, al menos para lograr recorrer todos los atractivos culturales que ofrece, ya no se diga los turísticos que son muchos, no solo es, Machu Pichu.
Terminamos, ya pasado el mediodía de visitar el convento y luego de unas compras, regresamos al hostal y almorzamos algo frío y ligero que compramos, para poder descansar un rato, pues todavía estábamos post desvelo del viaje y todavía teníamos tiempo para recorrer la ciudad.
En ese momento, casi a las tres de la tarde, recibí una notificación del operador donde había reservado el tour a Machu Pichu, cancelando nuestra reserva, cierto es que había reservado la noche antes de salir a Perú, pero si no se tenía certeza del tour, no hubieran aceptado el adelanto, pero así se frustró nuestra visita a la ciudad Inca, sin embargo, había mucho más que hacer en Perú y lo aprovechamos.
Luego de la reciente pandemia de COVID, que golpeó severamente a Perú, recién abrían de nuevo Machu Pichu y la cantidad de turistas, excedía los históricos de los últimos diez o quince años, por lo que el ministerio había cuadruplicado el número diario de ingresos, pero a pesar de eso los pases habían sido insuficientes y muchos turistas quedaron como nosotros, sin poder visitar las ruinas y con el compromiso moral, de intentar regresar en alguna otra ocasión.
Desilusionados, pero sin desanimarnos, salimos nuevamente a explorar Cusco, pues sabíamos que tiene mucho que ofrecer al turista y en una calle vimos que ofrecían un Tour a la ciudad, visitando las ruinas de Saqsaywaman en un autobús modificado para viajar en la parte exterior y a este viaje se le sumaban otras actividades más, como asistir a un ritual inca de purificación y terminar en El Cristo Blanco que es una estatua en la cima del cerro Pukamuqu a 5 kilómetros del centro histórico del Cusco.
El lugar de ubicación de la estatua es además un mirador desde donde se pueden apreciar bonitas vistas de la ciudad inca.
Abordamos el bus en el que iban turistas locales y extranjeros, recorrimos algunas de las calles principales de Cusco y nos dirigimos a las ruinas de Saqsaywaman que según nos dijo la guía que acompañaba el bus, su nombre significa algo así como cabeza de puma, pues la construcción asemeja esa figura y se caracteriza por las enormes rocas que se usaron para hacer las paredes que están encajadas casi milimétricamente, siendo un misterio la técnica usada en su construcción.
Esta misma forma de construir, veremos que es recurrente en Cusco y muchos de los muros de la ciudad utilizan el mismo estilo de construcción.
Después fuimos más arriba a un pueblo en donde había una especie de casa comunal, en la que un “shamán inca” nos hizo a los presentes una ceremonia de purificación y pudimos ver a una señora mayor tejiendo artesanalmente una de sus creaciones.
Además, pudimos ver las primeras alpacas que no son de exhibición y estaban relativamente libres, digamos, como unas cabras en una casa de campo.
Me acerqué a una de ellas y no se asustó, pero no le agradé y me escupió, salpicándome el abrigo de una mezcla de saliva con las hierbas que estaba comiendo. Las alpacas que tienen las indígenas para que los turistas se tomen fotos, ya están bien amaestradas para soportar las caricias de los turistas, como pude apreciar.
Luego bajamos hasta la estatua del Cristo Blanco y pudimos tomar varias fotografías muy bonitas de la ciudad y de la imagen.
Al parqueo donde está la imagen, llegaban y salían muchos vehículos con turistas en un constante fluir de personas que mantienen permanentemente lleno el lugar, pero es tan grande que no se siente tan saturado.
Como cierre del tour, nos llevaron a una tienda de prendas de alpaca y de la famosa Baby Alpaca, en donde terminé comprando algo que quise desde que proyectamos el viaje, un gorro inca con las dos trencitas, de auténtica alpaca, pues habíamos comprado de los que venden en los mercados de lana y para comenzar, no me entraban en la cabeza, rompí uno al intentar encajar mi testa en el gorrito y ya no intenté con otros.
Me salió un poco caro, pero aun lo conservo y está en perfectas condiciones, fresco al contacto inicial, pero que brinda excelente protección contra el frío como pude comprobar después.
Evelyn no compró nada aquí, pero no quería que se fuera sin un bonito recuerdo para vestir de Cusco y más adelante le pude comprar algo para ella.
Terminamos en el sitio de donde habíamos salido como a las seis y media de la tarde y buscamos donde poder cenar y llegamos a un restaurante de pizza que nos alivió el hambre que ya nos atenazaba y ya entrada la noche, regresamos al hostal a dormir.
Esa noche hizo bastante frío, pero la cama tenía una gruesas y cálidas frazadas, además de un radiador eléctrico que servía de calentador. Nos acostamos temprano porque al día siguiente saldríamos para La montaña de siete colores.