En el año 2019 yo escribí:
Este fin de semana regresé al pueblo natal de mi padre por la muerte de una tía que se encontraba en fase terminal de una corta pero fulminante enfermedad, triste final de una serie de dolores de cabeza bastante frecuentes en una persona que nunca había sufrido de tales dolencias, la llevaron a realizar exámenes y encontraron un tumor cerebral ya muy desarrollado, el cual era imposible extirparlo y se le dio el alta únicamente con paliativos al dolor, que la mantuvieron durante un par de semanas en un estado de semi inconciencia y lucidez que le alcanzaron para despedirse de todo mundo.
En un desenlace ya esperado, ella, una mujer de carácter muy dulce y empático, tuvo la consideración de irse de este mundo en la madrugada del día viernes, dejando espacio para que esa misma noche la velaran y fuera sepultada al día siguiente, lo que nos favoreció a quienes laboramos con horarios fijos y vivimos en la Capital, para poder hacer el viaje al pueblo y acompañar sus restos mortales.
Ella tenía ochenta y nueve años cuando nos abandonó, maestra jubilada que fiel a su vocación, ayudaba a muchos jóvenes del pueblo en la iglesia enseñando el catecismo y dando consejos a diestra y siniestra, lo que le valía para tener el aprecio de la feligresía católica local y el respeto de mucha gente practicante de otras creencias cristianas.
El viaje al pueblo fue bastante agradable, llevaba a mis padres, a mi esposa y a uno de mis hermanos que decidió acompañarnos en representación de la familia, allá en el pueblo ya habían llegado primos y parientes que también viven en la Capital, más uno que radica en México, el cual había llegado a ver a mi tía cuando supo de su enfermedad, para poder despedirse de ella, lamentablemente no pudo arribar a tiempo de verla con vida, pero si el suficiente como para estar junto a la familia en la vela y en el entierro.
En los pueblos todavía se mantienen vivas las viejas costumbres, los velorios son acontecimientos sociales en los que se comen tamales, pan dulce y mucho café, además de que se juegan barajas, se platica mucho, se cuentan chistes, en medio de todo esto se rezan rosarios completos, se saludan vecinos que llevaban años sin dirigirse palabras y uno se pone al día con el acontecer del pueblo.
La vigilia fue el viernes y nosotros nos fuimos al día siguiente, así que nos saltamos esta parte del protocolo, pero mi primo, el que vino de México, si se tuvo que echar todo este rollo, pero en su caso resultó más que agradable para él, puesto que con tanto tiempo fuera, la dinámica se convirtió en un recordar los viejos tiempos con gente que tenía años de no saber de ellos.
Nosotros llegamos justo a tiempo para… Almorzar, porque la misa de cuerpo presente sería a las dos de la tarde y nosotros estábamos entrando a las 12:30 al pueblo, buscamos un lugar donde poder comer con las tres «B» (Bueno, bonito y barato) y no fue difícil ya que la comunidad forma parte del proyecto de «Pueblos Vivos» y tiene mucho turismo activo, por lo cual existe una buena oferta de comedores, restaurantes, hostales y sitios donde se puede degustar una buena comida, para prácticamente todos los bolsillos y gustos.
Mi padre almorzó algo muy ligero y se quedó descansando en la casa familiar pues dada su avanzada edad, un viaje de esta magnitud ya es un sacrificio muy grande, afortunadamente tuvo un poco de tiempo para poder reponerse mientras comenzaba la misa, ceremonia y el sepelio.
Recibimos la misa que duró lo justo para hacer un breve panegírico de mi tía, cobrar la limosna y para armar el cortejo fúnebre que encabezado por el auto funerario, esperaba en un portón lateral de la iglesia, mi padre y mi tía sobreviviente, en atención a su condición física y como dolientes principales se fueron en el asiento del vehículo, que era un Pick Up modificado para servir como carroza fúnebre.
Para que mi madre no se cansara, me fui a la casa familiar por mi vehículo pero al llegar a la iglesia, mi madre decidió caminar porque todavía se siente con fuerzas así que tuve que dejarlo un costado y me uní al cortejo fúnebre que enfilaba para el cementerio.
Caminamos y justo cuando pensé que cruzaríamos en dirección al camposanto, el cortejo viró hacia la derecha con rumbo a la casa familiar en donde se estacionó por un rato.
– Mi tía así lo pidió.
Me dijo uno de los primos al ver mi cara de incertidumbre y dejó así zanjado así cualquier otro cuestionamiento que pudiera hacer, luego de un rato se reanudó la marcha y un poco más adelante bajamos en dirección al cementerio, pero dos o tres cuadras después, nuevamente el vehículo torció su rumbo, esta vez a la izquierda en dirección al parque que está debajo de la iglesia.
– De seguro va a visitar las casas de la niña Chuz Beltrán, luego a los Canizales y a la niña Pilar González – Dije en tono jocoso a mi esposa
– ¿Que no vienen con nosotros?
– No ellas se murieron antes
Me dio un codazo de esos y seguimos caminando.
Así nos llevaron por todo el pueblo para nuevamente virar a la derecha y de ahí un par de cuadras abajo, otra vez a la derecha, esta vez sí en ruta directa al cementerio, al parecer la ruta de la procesión incluía a los Hernández, Gómez y a los Rodríguez.
Al llegar al cementerio el vehículo se ubicó de forma que podía sacarse el ataúd y llevarlo dentro del cementerio con facilidad, me tocó cargar el féretro junto con otros conocidos y primos hasta el nicho familiar y lo pusimos sobre unos rodos para dar unas últimas palabras y dejar que los dolientes se despidieran de ella, luego de un rato de estar expuesto el ataúd se dispuso meterlo a la fosa que era bastante amplia y tenía una abertura al nicho, pero para sorpresa de los todos los presentes, el féretro era más grande que la altura de la abertura y tuvimos que buscar desarmadores para quitar las tapas superiores y poder meter el ataúd dentro del nicho y comenzar la labor de emparedado de la pequeña abertura.
Ya puestos en la tarea, yo me pude descolgar un rato para irme de regreso a la iglesia por mi vehículo para llevarme a mis padres, me fui subiendo a buen paso las malditas cuestas, llegando con la lengua de fuera, la garganta seca y sudando a mares.
Entré al auto, recuperé el aliento, encendí el motor y bajé siguiendo la ruta que debimos haber tomado desde el principio, en unos instantes estaba en la entrada del camposanto con mis padres, mis tías y un par de señoras más ya rumbo a la casa familiar.
En esos momentos ya era muy tarde para regresarnos a San Salvador, así que, buscamos donde quedarnos a dormir porque la casa estaba llena de parientes que iban a pasar la noche como pudieran, pero al menos aseguré cama para mi padre y mi hermano que se quedó cuidándolo.
Buscando por todo el pueblo encontramos un cómodo cuartito que logramos alquilar, ahí nos quedamos mi esposa, mi madre y yo. La habitación tenía un pequeño corredor con hamaca, mesita y sillas, dentro habían dos camas y baño privado, lo que para nuestras necesidades era más que suficiente.
Subimos nuevamente las famosas cuestas con mi esposa, pero esta vez a paso más que lento, viendo las casas, los patios, los jardines y a una temperatura muy agradable pues ya empezaba a caer la tarde, llegando al parque en donde nos tomamos una refrescante agua de coco tierno y dulce que saboreamos sentados en unas bancas en la caseta de turismo, viendo pasar a la gente y en un estado de absoluta placidez.
Cenamos en una de las muchas pupuserías que rodean al parque, regresamos a la casa familiar justo cuando terminaban los rezos del día, <sarcasmo>por lo cual lamenté profundamente haberme perdido el santo rosario</sarcasmo>.
Estuvimos un rato en la tertulia post rezo y más noche nos fuimos, mi madre, mi esposa y yo a un restaurante a tomar un par de cervezas admirando la vista nocturna desde esa altura a los pueblos y caseríos cercanos que se divisan como pequeñas agrupaciones de luces, platicando de cosas de la vida, del reuma, los vecinos, la muerte y cerca de las nueve de la noche ya estábamos en cama, con las luces apagadas y listos para dormir.
La dinámica en estos pueblos pequeños es diferente, sumado a lo que se tiene que caminar para ir de un punto a otro hacen que la gente fácilmente sobrepase los noventa años.
Cuando era adolescente y escuchaba a Serrat cantar a su Pueblo Blanco yo pensaba que era un deber de todos el huir de esa bucólica vida para no estar como los viejos que como dice la canción:
«…y los viejos
Sueñan morirse en paz
Y morir por morir
Quieren morirse al sol
La boca abierta al calor, como lagartos
Medio ocultos tras un sombrero de esparto…»
Para luego decirles: “Escapad gente tierna, que esta tierra está enferma…”
Sin embargo conforme voy acumulando años y siento cómo las facultades físicas decaen, como antesala a las mentales, producto de la natural degradación causada por la vejez, pienso que después de todo la vida de pueblo no es tan mala como la retrataba aquel joven Serrat, quien, me imagino que hoy añora una vida de campo.
Una de nuestras visiones con mi esposa, es irnos jubilados a un pueblo como ese, enclavado en alguna montaña lo que garantice clima fresco, de preferencia con cierto movimiento turístico para tener buen acceso vial pero sin perder la «vida de pueblo», alejados del mundanal ruido de la capital que cada día está más insoportable en tráfico, aglomeración y peligro.
A pocos años de cumplir la edad de jubilación, tengo el pensamiento de lograr una buena casita, con patio para cultivar todo tipo de plantas ornamentales y frutales, para tener un gallinero al fondo y con espacio para disponer una clínica médica un pequeño café u otro tipo de negocio que nos complemente la magra y miserable jubilación que nos toque.
Sé que no será tan fácil hacer realidad estas proyecciones, sobre todo porque no estamos en las condiciones económicas de adquirir una propiedad en terrenos que por su ubicación turística han subido de precio en forma obscena, pero ya puestos a ello, deberíamos al menos encontrar algo bueno, bonito y quizá no tan barato pero pagable, para iniciar el proyecto de retiro y salir de la maldita capital con el tiempo de vida suficiente para disfrutar con la boca abierta al calor, como lagartos…
Actualización 2023
¡Ah! ¡vueltas que da la vida!, para nuestra pena y sorpresa, resultó que mi tía sobreviviente, murió a los dos meses y como ellas no dejaron descendencia sobreviviente, el heredero de la casa resultó ser mi padre.
Por su avanzada edad, 92 años, ya no estaba en condiciones de hacer todo el trámite necesario para traspasar la herencia, entonces la familia decidió ofrecerme a mí el derecho para que me hiciera cargo de todos los gastos notariales y sucesoriales, mis padres y hermanos así lo decidieron y yo acepté.
Entonces me puse a la tarea y en cosa de un año logré completar los trámites necesarios, que son muchos y a pesar de los atrasos por el encierro durante la pandemia, terminamos de completar los trámites y asumir la propiedad de la casa paterna.
Fue algo totalmente inesperado, pues todos pensábamos que mi padre sería el siguiente en partir de este mundo, pero la soledad y tristeza de mi Tía Rosenda, se la llevó tras mi tía Juanita.
Entonces el sueño que nos quedó de obtener una propiedad en ese fresco y alejado pueblito se nos hizo realidad y hemos estado invirtiendo bastante en reacomodar la casa, pues estaba bastante descuidada y contrariando a Serrat, creo que yo regresaré al Pueblo Blanco.