Los muchachos de la lluvia (los Tepeuas)

Vimos en el cuento de “La mujer despedazada” cómo nacieron a partir del árbol de morro nacido de la cabeza de la mujer, unos pequeños muchachos que fueron llamados, “Los muchachos de la lluvia”.

Juan, se llevó a los muchachos de la lluvia a la casa de su madre, que los cuidó como su abuela.

Los muchachos (que eran varios, no se precisa su número), jugaban durante el día y tomaban leche de las cabras que criaba su abuela.

Por las tardes le ayudaban en sus tareas y cuando fueron más grandes, salían a la montaña y se convirtieron en hábiles cazadores.

Se iban temprano y regresaban por la tarde con los productos de su caza, su abuela cocinaba, conejos, tacuacines, venados, cusucos, de todo tipo de animal que ellos le llevaban y comían bien todos los días.

La abuela también trabajaba las pieles y las vendía para comprar otras cosas que necesitaban, ellos también pescaban y la abuela preparaba los pescados, de tal manera que los muchachos de la lluvia crecieron grandes y fuertes.

Pero la abuela estaba sola y sentía necesidad de tener un hombre y poco tiempo después comenzó a frecuentarla Pexki, un hombre muy grande, prácticamente era un gigante, de cara grande, gruesos labios, enormes brazos y una gran barriga, que comenzó cortejando a la abuela y terminó quedándose a convivir con ellos.

Pero Pexki, el gigante era haragán y mantenido, no trabajaba, ni pescaba, ni cazaba, tampoco le ayudaba a la abuela y para colmo, se comía lo que los muchachos de la lluvia cazaban en el bosque.

A veces, los muchachos llegaban cansados con el producto de su cacería, entonces cenaban lo que la abuela les tenía preparado que casi todas las noches era una sopa aguada y se acostaban a dormir, mientras su abuela se quedaba preparando las carnes para el día siguiente, pero el gigante se levantaba y se lo comía todo.

Cuanto terminaba de comer, Pexki, tomaba la olla con el jugo sobrante, se los untaba en la boca y se acostaba a dormir.

Al día siguiente, cuando los muchachos se despertaban, hambrientos, le pedían de comer a la abuela, pero ella les decía que ya habían comido.

Confundidos, los muchachos le preguntaban.

— ¿Por qué tenemos hambre entonces? — y ella les contestaba simplemente:

— ¡Averígüenlo pues!

Ellos se miraban las señas de comida en su boca y no podían salir de su asombro, pues creían haber comido y no recordarlo.

Lo peor fue que un día que no habían podido llevar ningún animal a la choza porque habían recolectado verduras, que al gigante no le gustaban, ya que solo comía carne, al amanecer faltaba uno de los muchachos, el más gordito y por más que lo buscaron, no lo encontraron.

Preguntaron por él a la abuela, pero ella les dijo.

— Yo no sé, ¡Búsquenlo ustedes!

Preguntaron al gigante haragán, pero este les dijo.

— No sé, quizá salió de noche y se calló al río y se lo llevó la corriente.

Y salieron a buscarlo, pero no lo encontraron y nunca regresó, todos los muchachos se pusieron bien tristes porque se había perdido.

El “ne Cixín” el más pequeño de los muchachos, era también el más listo de todos y pensó que algo estaba mal, pues no creía que el muchacho perdido hubiera salido solo, pues siempre andaban todos juntos, además, el estómago le rugía de hambre, como si no hubiese comido nada y no le creía a la abuela cuando les decía que ya habían comido.

Una noche que llegaron muy cansados. Cargando un venado que habían cazado, se tomaron la sopa aguada que su abuela les tenía y se fueron a dormir.

Cixín se quedó en vela, espiando a Pexki, el gigante, dándose cuenta de lo que pasaba, pero se hizo el dormido y pudo ver cómo el gigante se levantaba a comerse toda la carne que ellos habían llevado y que su abuela había cocinado para que después, tomando la olla con el jugo de la carne, se los untaba en la boca a cada uno de los ellos.

Al día siguiente cuando nuevamente le pidieron comida a la abuela y esta nuevamente les dijo que ya habían comido, Cixín les dijo:

— “¡Melémet!”: ¡Tontos! ¡No hemos comido!

— ¿Por qué lo dices?

— En la noche cuando nos dormimos, Pexki se comió el venado y nos untó el jugo en la boca para que pensáramos que ya habíamos comido y no lo recordamos.

Después de que les explicó lo que había pasado, además les dijo que era posible que el gigante se hubiera comido a su hermano el día que llegaron con verduras y no carne.

Los muchachos de la lluvia se indignaron y decidieron por unanimidad que debían matar al gigante y discutieron la forma de lograrlo.

— ¡Podemos atacarlo entre todos!

— Es muy grande, si no lo lastimamos mucho puede pelear, lastimarnos y vencernos a todos.

— ¡Entonces vamos a envenenarlo!

— Puede detectar el sabor de la comida y darse cuenta de que lo queremos envenenar

— ¡Pongámosle una trampa!

— ¡Eso si puede funcionar!

Entonces decidieron ponerle una trampa, que fuera efectiva y no permitiera que se les pudiera escapar.

Se pusieron a pensar y discutir y luego de varias ideas que fueron descartando, decidieron cavar un gran agujero, muy ancho y profundo, poner varias estacas con punta y clavarlas en el fondo del foso con la punta hacia arriba.

Cubrieron el enorme foso con ramas muy delgadas y hojas secas, luego le echaron una fina capa de polvo para que no pareciera algo artificial simulara ser piso firme.

Pensaron dejar un venado atado a un poste, atrás del foso para que el gigante quisiera tomarlo y entonces caería en la trampa.

— Pero el gigante es un haragán, no agarrará un venado crudo, no lo querrá cocinar

— Entonces lo asaremos y lo dejaremos jugoso sobre las brasas

Decidieron entonces hacer un brasero y sobre él en dos postes, empalado con una vara horizontal, asar un venado y dejarlo como “olvidado” para que el gigante lo fuera a coger.

Así lo hicieron y el venado despedía un delicioso aroma a carne asada.

Los muchachos hicieron como que se iban a buscar algo importante y simularon que luego regresarían a comer cuando estuviera bien asado.

El olor había atraído al gigante quien espiaba a los muchachos y se le hacía agua la boca al aspirar el aroma a carne asada del enorme venado.

Cuando vio a los muchachos que se retiraban y que decían que iban a tardar bastante tiempo en regresar.

Salió del follaje y corrió a coger el venado, poniendo sus pies sobre las débiles ramas que no soportaron su enorme peso y se quebraron, cayendo al fondo del pozo, donde quedó ensartado en las estacas, pero no muerto. (1)

Zipacna

Zipacná

Popol Vuh

Entonces aparecieron los muchachos y terminaron de matarlo a pedradas.

Para asegurarse de que estaba muerto, lo puyaron con una vara delgada en el estómago, en los ojos y en otras partes del cuerpo, esperando ver alguna reacción, pero nada, no se movía ni reaccionaba.

Cuando estuvieron seguros, le echaron más piedras hasta cubrirlo y entonces le echaron tierra encima hasta cubrir el hoyo completamente.

Entonces se fueron donde la abuela y le contaron todo lo que había pasado, su abuela estaba afligida pero más por haberse quedado sola de nuevo que por lo que les había pasado a ellos, así que decidieron abandonarla e irse por su cuenta.

Así comenzaron las aventuras de los muchachos de la lluvia en el mundo.


Notas:

(1) Se advierte cierta similitud en las actitudes de los Tepeuas (muchachos de la lluvia) con los dos hermanos gemelos Hunapuh e Ixbalanque, aunque los Muchachos son una gran cantidad que nunca se precisa.

También la muerte del gigante haragan es similar a la de Zipacná, engañado por los dos protagonistas del Popol Vuh.

El maíz y la lluvia están unidos a la religión y a los mitos del campesino indígena. “El Dios del Maíz nace en el lugar de la lluvia y de la niebla”. Estas palabras contenidas en uno de los cantares más antiguos recogidos por Sahagún, dicen básicamente lo mismo, que los Pipiles se contaban entre sí: “Que los muchachos de la lluvia son los señores del maíz”

Eso lo veremos en el siguiente relato. El origen de la agricultura

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