Cuenta la leyenda, que por las noches en un pueblo llamado Izalco, municipio del departamento de Sonsonate, en El Salvador, se escuchaba una especie de graznido o chillido tenebroso, seguido de fuertes temblores bajo la tierra.
Esto era producido por la Cuyancúa, un extraño ser que parecía tener cuerpo de serpiente, dos garras delanteras y cabeza de cerdo.
Al escucharla se despertaba el pánico entre los lugareños, haciendo que se encerraran en sus hogares a tempranas horas. Este sonido se escuchaba principalmente en los alrededores de los ríos y quebradas, donde la Cuyancúa se arrastraba buscando alimento.
La Cuyancúa había habitado aquel lugar durante siglos, aterrorizando a los residentes de Izalco. Se decía que era un espíritu vengativo que había sido maldecido por una antigua bruja, condenada a vagar por la eternidad en esa forma grotesca.
A medida que los temblores y los graznidos aumentaban en intensidad, los pobladores vivían sumidos en el miedo y la incertidumbre. Algunos relataban haber tenido contacto con la Cuyancúa.
Quienes la miran pueden sufrir desmayos, calenturas y la pérdida del habla por algún tiempo a causa de la impresión al verla, por eso lo mejor es adoptar una actitud sumisa, respetuosa, cerrar los ojos y encomendarse a Dios, rezando con devoción.
Sin embargo, se dice también que, donde la Cuyancua escarbaba, brotaba agua cristalina, por eso en la región de Izalco abundan nacimientos tos de agua y riachuelos.
Gracias a la presencia de la Cuyancúa y su conexión con las fuentes de agua subterráneas, el pueblo de Izalco se benefició con abundantes nacimientos de agua cristalina y riachuelos que se extendían por toda la región.
Los lugareños reconocieron la bendición que esto representaba y cuidaron con devoción los manantiales y arroyos que surgían en cada lugar donde la Cuyancúa había escarbado. Estos cuerpos de agua se convirtieron en puntos de encuentro comunitario, lugares sagrados donde la gente acudía para beber, purificarse y compartir momentos de alegría.
Así nació Atecozol, el balneario de Izalco que tiene entre sus atracciones una estatua de la Cuyancúa.
Todavía dicen que en Atecozol, en algunas noches ronda la Cuyancúa, escarbando y gruñendo, pero luego desaparece, para aparecer en Caluco, una población cercana, llena de afluentes y ríos, de esta manera se mueve de un lugar a otro, cuidando las fuentes de aguas, algunas con aguas termales, que brindan a la región de abundancia y fertilidad.