¡Oíd, ésta es la historia del carbunclo, el ave de fuego, el lucero alado que vaga por las noches, saltando como un gran rubí elástico!
En el mes de octubre, en las largas y lluviosas noches, cuando el agua cae incesante, los niños forman coro en la cocina, y oyen los hermosos cuentos relatados por la vieja criada o por la cariñosa abuelita.
Esta vez, las narraciones son deliciosas, con toda la sal Tía Romana, una viejecita vivaracha, que va y viene de pueblo en pueblo, vendiendo camisas vicentinas.
¡Ha viajado tanto la Tía Romana! Conoce La Estanzuela, Santa Ana Grande, El Salvador, Ahuachapán …
¡El mundo entero!
¡Y sabe tantos cuentos!
Como a ella le den su traguito de aguardiente entre una y otra historia, ya tenemos para toda la noche.
Siete días lleva de hospedarse en mi casa, y ya nos ha contado “El pájaro del dulce encanto”, “El caballo de los siete colores”, “La Bella y la Fiera”, correrías de Partideño y de Pedro Cosme; mil cuentos y leyendas, que nos hacen soñar con encantos y con ladrones, con caballos que vuelan y con pájaros de oro.
¡Oíd, ésta es la historia del carbunclo!
“El carbunclo vuela. A veces se halla escondído en una piedra; otras, en el fondo del Lempa o del Río Grande. Se halla también en el corazón de los grandes árboles de las montañas.
No hay minas de carbunclos, ni alumbran nunca por el día.
Lo que llama díamantes, no son más que pedacitos de carbunclos muertos.
¡Porque el carbunclo es vivo!
¿Han visto las exhalaciones?
¡Pues son carbunclos!
A media noche, en lo más callado de la noche, cuando todos duermen, baja el carbunclo, entra a las casas, y va saltando como una granada de luceros. A cada salto se apaga y se vuelve a encender. ¡Ah qué hermoso es! Si llega uno a cogerlo, se va, se pierde, se deshace entre las manos, y cuando uno se ha quedado buscándolo, se le ve aparecer más allá, rojo, brillante, como una brasa con alas!
Ahora, ¿cómo dirán que se coge el carbunclo?
Hay que estar en gracia de Dios, por supuesto.
Gente que no esté en gracia de Dios, ni se acerque.
Entonces, pues, si está uno en gracia de Dios, se levanta a las doce, y pone una batea de agua bendita. Ahí llega a beber el carbunclo. ¡Cuidado con ir a cogerlo!
A la noche siguiente se pone la batea, ya no en la cocina – porque primero, se pone en la cocina-, sino en el cuarto de dormir. Llega otra vez, y bebe agua.
A la tercera noche, se deja la batea en la sala, reza uno sus oraciones, y a la hora en que va a llegar, está uno listo. Entra saltando, como una brasa, cae en la batea, y entonces, pero pronto, ¡le echa uno un trapo encima!
Y ya no se va. Al sacarlo del agua la casa parece que., está ardiendo. Es una luz tan suave, tan hermosa, tan viva, que no hay sol, ni lucero, ni nada.
¡Cambia de color a cada instante! ya es una roja granada, ya un grande ópalo, o una inmensa esmeralda. Otras veces parece un zafiro, una amatista, un rubí, un topacio
El carbunclo da todas las luces; quien lo tiene, es dichoso, está contento, siente que la luz le llega hasta el alma! …
Es del tamaño de un huevo de paloma. Es como tener una estrella”
¡Ah, sabéis cuántos días y noches los chiquitines pasamos soñando con el carbunclo, con el ave de fuego, con el lucero alado que salta como un gran rubí elástico! …
¡Adiós, hermosos días libres, juegos sin término, correrías hasta la noche!
Enriquito ha cumplido cinco años; ya está tamaño, como dice su mamá; tiene que ir a la escuela.
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