Existe una región en el oriente medio conocida como “El Creciente fértil”, localizada en donde hoy se encuentran Irak, Siria y Turquía, más exactamente entre los caudales de los ríos Tigris y Éufrates, en la zona donde también, presumen algunos eruditos, se ubicaba cierto bellísimo parque temático o legendario jardín divino, del cual, una famosa pareja, fue tristemente expulsada en muy malos términos, básicamente, por desobedientes y por haberse comido un par de manzanas, en una acción que a estas fechas genera amargos debates en cuanto a la deducción de responsabilidades.
Precisamente en esa región, la humanidad dejó de empuñar el garrote y la piedra, salió de la prehistoria y florecieron las primeras culturas sedentarias, entre las que se encuentran los Sumerios, quizá el primer pueblo civilizado de la historia, de los cuales no se sabe más que lo que dejaron escrito en tablas de arcilla con signos cuneiformes que son la primera manifestación de literatura de la humanidad.
Como la escritura desde sus origenes sirvió entre otras cosas, para conservar las tradiciones religiosas de los pueblos fue que nos llegó hasta nuestra época la primera gran epopeya histórica en la forma de un poema épico, “El poema de Gilgamesh”, que narra las aventuras del Rey sumerio de ese nombre que según se cree, realmente vivió y reinó a finales del Segundo Período Dinástico (2700 a. C.).
Se asume que el rey Asurbanipal de Nínive hizo transcribir la epopeya, dentro de su empeño por copiar todos los documentos escritos del mundo conocido. Hacia el año 612 a. C., años después Nínive fue destruida por invasores y todo quedó en el olvido.
La ciudad quedó sepultada con los restos de uno de los primeros grandes imperios de la historia de la humanidad.
Hasta el mes de diciembre del año 1853 en lo que hoy conocemos como Irak, cuando un equipo de excavadores dirigido por Hormuzd Rassam, que era el primer arqueólogo nativo del Medio Oriente, encontró el palacio del rey Asurbanipal.
Trabajando de noche, Rassam y su equipo empezaron a desenterrar las placas de piedra que habían sido talladas hace más de 2.500 años, las empacaron y enviaron al Museo Británico, donde los almacenaron pero no los clasificaron hasta que en 1861 contrataron a un entusiasta asiriólogo llamadoo George Smith para limpiarlos y organizarlos.
Obsesionado por la escritura cuneiforme, Smith por su cuenta logró entender y descifrar los símbolos, al punto que pudo comenzar a traducirlos y un día de noviembre de 1872, según cuenta la leyenda, George Smith salió loco de alegría de un cuarto trasero del Museo Británico corriendo por todos lados y quitándose la ropa, como eufórica reacción al descubrimiento que acababa de hacer.
Había logrado traducir de las tablillas, un relato que contaba una historia que narraba cómo el mundo era destruído por unas incesantes lluvias y un hombre se había salvado con su familia, construyendo un navío, la historia contenía al cuervo, paloma y elementos que ya conocemos, solo que esta narración era mucho más antigua que la narración hebrea del Arca de Noé y no se trataba del Génesis bíblico.
Era la undécima tablilla de la “Epopeya de Gilgamesh”, aproximadamente unos mil años antes de la historia en la Biblia judía.
La fascinante historia de la cultura y los hechos que llevaron a este descubrimiento se narran en mi libro “Gilgamesh, el primer superhéroe de la antigüedad” e incluye una versión del poema en español de Fabian Chuea Crespo a partir de la tradución al ingles hecha por el profesor Andrew R. George.