De como la sin par Dulcinea, salvó al Toboso de los soldados de Napoleón

A inicios del siglo XVII entre 1807 y 1814, se dieron dos eventos bélicos que muchas veces se confunden, pues están íntimamente ligados. El primero es la llamada “Guerra peninsular” que involucró a Francia y España contra Portugal, país que era considerado aliado tradicional del Reino Unido, que estaba causando problemas a los españoles en su ruta a las Américas y el otro es el denominado “Guerra de independencia española”, que se dio entre España y Francia, pues Napoleón Bonaparte, traicionando la alianza hecha con España contra Portugal, buscó imponer en el trono español a José Bonaparte, su hermano.

En medio de estos conflictos, específicamente durante la Guerra Peninsular, se dio la invasión de las fuerzas de napoleón a España. Parte del ejército napoleónico, marchó a través de El Toboso, perteneciente a la provincia de Toledo y que era una región ya muy famosa por ser considerada como el hogar de la dama que ocupaba los pensamientos y suspiros del caballero de la triste figura, Don Quijote de la mancha.

Estamos hablando de la idealizada Dulcinea del Toboso.

Es curioso pero la cultura del ejército invasor sumada a la fama literaria del pueblo evitó que se dieran las tropelías y depredaciones normales de la guerra.

En lugar de despojar y arrasar con las cosas de valor, atropellar damas y cometer las normales vejaciones que un ejército invasor realiza cuando ocupa una región conquistada, los soldados franceses pasaron por el Toboso saludando alegremente y con ingenioso respeto a las mujeres que se asomaban por la ventana.

— ¡Voila Dulcinée! les decían a las jóvenes en cuanto las miraban.

¡Voila Dulcinée!

“Las gratas bromas sobre Dulcinea y Don Quijote”, informó un miembro de las fuerzas francesas, “formaron un vínculo común entre nuestros soldados y los ciudadanos de El Toboso. Los franceses trataron a sus anfitriones con amabilidad”.

Esther Ortas Durand comenta esta historia en su libro “Leer el camino, Cervantes y el «Quijote» en los viajeros extranjeros por España (1701-1846, en la cual cita al escritor Alexander Slidell-Mackenzie, A Year in Spain by a young american.

La conocidísima y traducida a muchos idiomas, novela de aventuras de Don Quijote, escrita por Miguel de Cervantes, irónicamente, hizo que los invasores vieran a los habitantes de la vida real de un lugar evocado en sus lecturas, como seres dignos de buena voluntad y merecedores de todo respeto, evitando cometer los repudiables actos que normalmente se dan en los eventos de guerra y conquista.

Pero esto sucedió porque la mayor parte de soldados habían leído o conocían de escuchas, las inmortales aventuras del viejo hidalgo español y sus fantasías amorosas con la bella e intangible Dulcinea del Toboso y al darse cuenta de que transitaban por las tierras que tanto habían disfrutado con la lectura, se sintieron con la obligación de respetar lo que se consideraría hoy un patrimonio no tangible, pero cultural de la humanidad.

Ojalá los militares de todo el mundo leyeran los grandes clásicos o mejor aún, ojalá leyeran cualquier tipo de literatura, para que la cultura empapara sus mentes y consideraran sobre todo el valor histórico de los lugares que invaden, evitando destruir monumentos históricos como en Siria e Irak, como las ruinas de los incas o mayas, como tantas cosas que se perdieron por la ignorancia.

Es innegable que la lectura, educa, humaniza y sensibiliza. Por medio de la literatura se logra percibir al mundo desde una óptica más amplia, se percibe el valor histórico de los lugares, de los personajes y la humanidad que nos envuelve a todos.


A DULCINEA DEL TOBOSO

Esta que veis de rostro amondongado,
alta de pechos y ademán brioso,
es Dulcinea, reina del Toboso,
de quien fue el gran Quijote aficionado.
Pisó por ella el uno y otro lado
de la gran Sierra Negra, y el famoso
campo de Montïel, hasta el herboso
llano de Aranjüez, a pie y cansado.
Culpa de Rocinante, ¡oh dura estrella!,
que esta manchega dama, y este invito
andante caballero, en tiernos años,
ella dejó, muriendo, de ser bella;
y él, aunque queda en mármores escrito,
no pudo huir de amor, iras y engaños.

DEL CAPRICHOSO, DISCRETÍSIMO ACADÉMICO DE LA ARGAMASILLA,
 EN LOOR DE ROCINANTE, CABALLO DE DON QUIJOTE DE LA MANCHA

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